sábado, 20 de noviembre de 2010

DIARIO ÍNTIMO DE UNA BOMBA A PUNTO DE ESTALLAR


La bomba sólo está viva mientras cae
(IAIN BANKS)





















TIC

Todos los átomos, todas las moléculas,
todos los aromas, todas las atmósferas,
todos estos anhelos y palpitaciones
preguntan por el vacío de tu sombra.

Ven conmigo al origen de todas las palabras.
Al cambiante ahora que nos lleva al mismo ahora.
Al aliento encendido que te consume
y me consume.

Ven conmigo. Al día. A la noche.
A las playas oscuras de la laguna Estigia.
A donde la perpetua marea del sufrimiento
sobreviene en olas.

Ven a la costa del dolor humano,
a la desvastada geografía de la metralla,
al territorio del hambre, de la sed,
de la sangre.

Ven a mi abrazo furioso y desolado.




EMPLAZADO

Tengo cita con una bala en Samarkanda,
en la humedad crepuscular de Afrasiab.
Me espera un kilo de dinamita en Samarra,
en la orilla izquierda del Tigris.
Me acecha una granada en Orán,
o un vómito de sangre en Nankín,
la muerte en cualquier ciudad vestida de tristeza.

Me alertan amargamente las lechuzas.
Me avisan las miradas aviesas.
Me informan las entrañas sacrificadas.
No hay remedio:
tengo una cita en Samarkanda.




PALABRA

El Buda salva del sufrimiento a las personas mediante la palabra escrita.
(NICHIREN DAISHONIN)

La palabra es la voz,
los labios y el corazón abiertos.
Es el árbol, la tierra, el polvo, el camino.
La palabra es el viento.
La escucha, el aire, el Universo.
La palabra es el nombre de todas las cosas.

La palabra es el mar.
Mensajes en botellas de vidrio que derivan de un náufrago a otro.
Es el tiempo, la historia, el cuento, la memoria.
La palabra es la esperanza, el sueño,
la poesía.

La palabra es el deseo, la seducción, el deleite.
Es la arena, la luna, el Cosmos.
El espejo, el espíritu, lo invisible, la noche.
La palabra es una ventana, la puerta de los corazones.

La palabra es el verbo, el proverbio, el sujeto,
el objeto, los colores, el predicado.
Es pausa, silencio, piel, tacto.
Es el amor, el contacto, la desesperación o la ternura.
La luz. El fuego. El conocimiento.
La palabra es sabiduría.

La palabra es la lengua, el gesto, una caricia.
Es arma. Es barco, nave, bajel, mañana.
Y también aroma, sopa caliente, patria.
La palabra es serenidad y torbellino.

La palabra es trigo, es salvia, es vida.
Es libro, escritura, tinta.
Y saliva, sangre, pezones y gemidos.
La palabra es risa, sonrisa, lágrimas.

La palabra es génesis, espacio-tiempo, supercuerda, quanto.
Es Origen. Es Destino.
Es vidrio, cristal, lente, telescopio.
La palabra es inspiración y expiración.
Aire. Respiración. Corazón. Latido.

La palabra es hilo, señal, runa.
Es mímica, aviso, llamada.
Puente. Hermandad. Abrazo.
Es casa, refugio, torre, suspiro.
Alquimia, piedra filosofal, oración, mantra.
La palabra es la claridad de la conciencia.

La palabra es la iluminación.




KART HADASHT

Todo lo que nos acontece
es fruto de nuestra condición de hombres.
Del destino de las moléculas que nos forman.
Del carbono forjado en el interior de las estrellas.
De la voluntad de ser
edificada sobre rocas basálticas.

Envueltos en ropa y tecnologías,
aún a veces sentimos la llamada primitiva.
Cantamos.
Bailamos.
Miramos al cielo
para empaparnos de las maravillas celestes.

Allí donde ni la luz ni la razón alcanzan
adoramos dioses extremadamente malvados
a los que ofrendamos armas homicidas.

Entre fuego, miedo y emboscadas,
entre el horror, la ira o el aturdimiento,
algo en nosotros, sin embargo,
se resiste a sucumbir.

A dentelladas persiste
una tendencia inquebrantable a la ternura,
a la construcción de una patria luminosa,
a vencer las tinieblas con ferocidad
y con trigo.




TIEMPO

Y vi un Ángel poderoso que proclamaba con fuerte voz:
"¿Quién es digno de abrir el libro y soltar sus sellos?"
Pero nadie era capaz, ni en el cielo, ni en la tierra, ni bajo tierra,
de abrir el libro y leerlo.
(APOCALIPSIS, 5, 2-3)

Sólo tenemos el tiempo
que nos convierte en piedras olvidadas.

Pasajeros de esta época
manchada de sangre,
viajamos sin fe, sin ilusiones,
sin patria, sin dioses.

Sólo arena, sólo cemento,
sólo mar sucio,
sólo cristal y acero.

Sólo ojos vacíos,
solitarios días vacíos,
tantos por ciento,
bocas con hambre.

Sólo el odio, la rabia
o el asombro.

Sólo las ciudades
y sus barriadas alienígenas,
la eterna periferia en la que mi gente,
resignada y pacífica,
extraviada,
pierde el tiempo
y la vida.

Ahora es la hora.

Apenas queda tiempo
porque se acerca el tiempo
de devorar el tiempo a dentelladas.




EVANGELIO EN LLAMAS

Pues los dioses saben el futuro; los hombres, el presente;
y los sabios lo que se avecina.
(FILOSTRATO, Vida de Apolonio de Tiana)

Quién lea este poema que no duerma.
Quién oiga esta canción que no respire.
Porque no traigo el silencio
sino el grito.

Soy el portador de las malas noticias.
El que certifica las heridas.
El que despierta.
No traigo la resignación
sino la furia.

Para no envilecerme,
mi escritura es amarga.
No canto al mar
sino a la nave que lo cruza.
Velero, cayuco, acorazado.
O rebelde, insurgente, combatiente.

Así, línea a línea,
te asalto en tu sillón favorito
con miles de pieles tatuando mi alma.
Con tinieblas.
Con torturas.
Con huesos rotos en oscuras comisarías.
Con hambre.
Con Sida.

Entre tus manos
este poema desnudo como el odio.

Hablo de mis hermanas.
Hablo de mis hermanos.

No traigo perfumes de ciruela
ni flores de mandarava,
sino un bálsamo de sangre y de ceniza.
De desnutrición.
De desesperación.
De gasolina.

No traigo afeites, ni carmín,
ni metáforas vacías,
sino Sur y pobreza.

Oye la ferocidad del mundo,
del tiempo,
del horror y la miseria.
Inhala el aire enrarecido de los esclavos:
te traigo la lucidez y la tristeza.

No traigo la luz
sino el fuego.

Hablo de mis hermanas.
Hablo de mis hermanos.

No traigo la paz
sino la espada.




HE VENIDO A ARRANCARTE EL CORAZÓN

He venido a arrancarte el corazón.
A humedecer tus párpados con ceniza y con saliva.
He venido a traerte un pálpito en las entrañas,
el vacío de un cielo abandonado por los dioses,
una mirada lúcida y violenta,
los sonidos que laten en ritmos ajenos.

Soy el que anota lo que fluye,
el escriba de tus lágrimas,
el portador de las palabras.

He venido a probar tu valía,
a transformar tu esperanza en fuego,
a consumirte en una llama en movimiento.

Te espero en el camino de Damasco,
en la línea del basta,
en la frontera del sueño.

He venido a traerte la ternura,
la claridad insomne de la conciencia,
el insoportable dolor humano.

Soy el que abre tu pecho,
el que escruta tu alma,
el que te susurra lo venidero.

He venido a arrancarte la empatía y el desconsuelo.
La ferocidad, el hambre, el vuelo.
He venido a arrancarte el corazón.




LOS DIENTES DE LA NOCHE

Demos olvido a aquel tiempo de tinieblas.
(FLAVIO CLAUDIO JULIANO, el Apóstata)

Llega la noche en espirales de humo
a arrinconarnos en nuestras diminutas satrapías.
Una incertidumbre ronda en la atmósfera deshabitada.
Los fantasmas acechan en los pasillos del alma,
mientras la angustia se agolpa en la boca del estómago.
Largas jornadas grises de esclavos aturdidos
y noches amargas de contabilidades tristes.

Desgarrados por la batalla entre los besos y el insomnio,
nos vestimos con la coraza de los lacedemonios,
nos ungimos con pasta de dientes,
hacemos ofrendas al despertador que nos marca
dormir en turnos de galera.
Día tras día nos alquilamos como mercancías
para las que no hay ternura sino cuerda,
el olvido en alas de un péndulo.

Aspiro el humo en espirales oscuras.
Anoto estas palabras con sangre diluida.
Es la noche un zumbido persistente, un único latido,
una derrota quebrantada en signos.

Se desvanece la esperanza en un surco infinito,
en un canal de Marte, en el lecho de un río.
Las sábanas son la puerta del infierno:
qué solos de uno en uno,
qué solos de una en uno,
que largo el silencio entreabierto,
que mudos los gritos en habitaciones vacías.

Acecha la noche con su velo de humo.
Nos giramos hacia el lado del corazón
para abrir el costado al ángel del sueño,
a los latidos de la ciudad que rechina,
a las listas necesarias y los recuentos perdidos.

Un túnel turbio se abre paso en las tinieblas,
la fría presencia de un dios sombrío
que marca la gastada ruta
en la que eternamente nos vemos perdidos,
mientras nos deslizamos en una trinchera de frazadas
como en un refugio nuclear
o un acorazado submarino.

En el océano de la noche naufragamos.
Nos hundimos como guerreros desolados
esperando solitarios la redención del alba,
que llegue de nuevo el día
como un invencible martillo de fuego.




POBREZA EN ALAS

Vivimos demasiado lejos, demasiado abajo,
en tierras que se pudren
como una postal tirada a la basura.
Nacemos, damos tumbos, morimos,
Entregamos el aliento a números y casillas.
Somos la masa que contiene las lágrimas,
que sobrevive entre los trazos de planes ajenos.

He aquí a los míos:
los que miran el suelo siguiendo huellas vacías,
los que apenas están y existen ausentes,
los rotos, cada mañana recompuestos.
Están hechos de la sustancia de las herramientas,
del metal mil veces golpeado,
de desconsuelo y celebraciones familiares,
de huidas perpetuas y miradas calladas.
Están hechos de barro y de caricias,
de sudor, de aguardiente y de tabaco.

Persisten
sobre la piedra angular de la carne,
sobre el acecho de las mareas,
sobre el vértigo de los barrancos.
Late su sangre en impulsos amargos,
al compás de las semanas y los semáforos.

A veces cantan. Sus voces
ahuyentan los maleficios. Vibra
una esperanza obstinada en sus gargantas.
Cantan y son dueños del aire y del sonido.

Construyen el mundo. Como yo construyo
sueños para alimentarles.
En su casa, en su humilde sala,
se han instalado los abaceros para cambiar
el oro de su alma por fatigas interminables,
por dioses, leyes, órganos judiciales,
por televisión y baratijas.

Yo les hablo de la posición del arquero.
De la aljaba, de la cuerda, de la flecha,
de la diana convertida en un espejo.
Traduzco su pesadumbre en certeza,
descifro los signos del siglo,
explico las señales estelares.
Aguardo el tiempo.

Los veo desventurados y pálidos,
a la deriva en amaneceres programados.
Tiernos. Débiles. Obstinados.
Una multitud informe que surge
de los barrios periféricos,
un ejército terrible en los arrabales.

Estoy hecho de sus mismos materiales.
De mar. De tierra. De pobreza.
Con ellos me muevo, respiro, me alimento.
Son mi círculo de hierro,
mi sangre, mi piel, mi llanto.
Yo también trabajo, palpito, deseo,
toso, escupo, maldigo.

La furia en que vive mi espada
está templada en su mismo fuego.




COMBATIENTES

No sienten melancolía.
Habitan el futuro rodeados
de ciudad y mensajes enemigos.
Vienen del profundo Sur
descalzo y aparcero.
De una infancia pobre
de cuevas y cuarterías.
Son la gente sin rostro
en calles sin nombre,
hombres y mujeres sin otra forma
que su número anónimo de masa.

A nadie importan sus sueños,
sus miedos, sus dormitorios
donde se acumulan
su soledad y su fatiga.
Con el alba
empaquetan tomates,
limpian habitaciones,
sirven copas,
se balancean en los andamios,
enseñan a los niños,
se alinean en hileras densas.

Se aferran a mi alma.
Me llevan y me traen,
me entran y me sacan,
me empujan y me arrastran,
me exigen y me arrebatan,
me desenvainan y me empuñan
como un martillo de palabras.

Crece la voz. Su voz.
Se verifica lo cierto en lo sonoro,
el tañido terrible del tiempo venidero,
de esta gente que llega
a la autopista de la historia
sin permisos, sin remordimientos,
sin papeles.

Crece su voz en mi garganta:
quisiera callar, pero no puedo.




GÓLGOTA

Y él, cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota.
(JUAN 19,17)

Me han alcanzado los disparos
de un helicóptero artillado en Al Anbar.
He sido electrocutado
en una penitenciaría de Houston.
Un obús de mortero
me ha volado la cabeza en Faluya.
Me he ahogado en el Atlántico
camino de las costas europeas.
Me ha vencido la sed
cruzando el Río Grande.
Una bomba inteligente
me ha reducido a carne quemada
en Beirut.
He caído al vacío
desde los andamios de una subcontrata.
Me han asesinado selectivamente
en Gaza.
Veinte balas me han destrozado el pecho
en Medellín.
El hambre ha acabado conmigo
en las planicies de Tinduf.
El Sida me ha vencido
en Durban.
He muerto abandonado en el pasillo
de Urgencias de un hospital canario.

El olvido
es la lanza en el costado.




HERMENÉUTICA

Aún no sé por qué me amas.
Qué extraño pálpito
te hace cruzar las líneas enemigas
para llegar al territorio de mi boca
atravesando estas trincheras desoladas.

Aún no sé por qué me amas.
Por qué te adentras en mis arenas movedizas
para alcanzar un destello,
apenas un soplo de ternura,
un instante en medio de la niebla.

Nada tengo que ofrecerte.
Sólo el perenne viento de octubre
que barre las calles de mi alma.
Sólo el fuego devastador
que me consume.

Aún no sé por qué me amas.
Por qué apuras
la letal condición del excluido,
la clandestinidad de la piel,
el silencio de un abrazo,
este amargo licor macerado en palabras.

Aún no sé por qué.
Me amas.




EN EL LADO EQUIVOCADO

Ve extranjero y dile a los espartanos que aquí hemos caído, obedeciendo sus mandatos.
(SIMÓNIDES DE CREOS)

Nací en el lado equivocado del mundo.
A destiempo.
En una geografía errónea.
Bautizado en pobreza y desconsuelo
habito
en una nación derrotada.
Visto el uniforme
de un ejército perdido.
Mi gente está
en el lado oscuro del Universo.

Y, sin embargo,
sigo marchando feroz, convencido
de que nada es eterno,
ni siquiera la barbarie.

Hasta que cambien los tiempos,
hasta que en esta guerra
cambie el curso de la batalla,
aquí resistimos,
armados de luz y de conciencia.




DE CORAZÓN A CORAZÓN

Si alguna vez lees esto
piensa que se escribió en tu nombre.
Quién trazaba la caligrafía
amaba y odiaba
como tú amas y odias.

Si alguna vez lees esto
recuerda que padecía como tú,
que soportaba los mismos dolores,
que sentía la misma soledad,
la misma necesidad de amor,
el mismo miedo.

Si alguna vez lees esto
imagina el corazón volcado en una libreta,
el silencio de la noche,
la desesperación trazada en versos.

Para llegar a ti
he vencido al tiempo.




MANTENTE AL MARGEN

No escuches mis palabras.
No sientas mi ausencia.
No esperes que exista.
No sientas mi furia.

No escuches mis palabras.
No sigas mi ritmo.
No bebas mi copa.
No camines mi camino.

Giraremos en torbellino.
No beses mis labios.
No escuches mis palabras.
No leas lo que escribo.




VÉRTIGO

En algún momento elegimos
la forma que damos a nuestra existencia:
dejarnos arrastrar por las calles polvorientas
o cegados por la consciencia
mirar el Abismo.

He venido a decirte
que no tienes nada que perder.




GENTE PELIGROSA

La mujer que se levanta antes de que amanezca
para hacer las camas
y limpiar el baño a otro.
El tipo que sube a las alturas
a construir la casa que no habitará.
Mi hermana que empaqueta fruta
con destino a otras gentes
y otro continente.
El estudiante destinado a vender su talento
en el bazar de esclavos de mil euros.

Son todos gente peligrosa.

Por eso les toman las huellas dactilares.
Por eso adoctrinan a sus hijos en las escuelas.
Por eso arman a policías y soldados.
Por eso los jueces cultivan la Injusticia.




REBELIÓN A BORDO

Hemos sido condenados
a remar en la galera de los miserables,
los que no cuentan,
aquellos que no merecen ser contados.

Envejecen nuestros corazones
al ritmo sordo de las palas.
No hay otra nave para nosotros.
Defendamos al capitán:
éste es el mejor de los buques posible.

Se acelera el batir del tambor:
hay que interceptar a los bárbaros del Sur,
los ilotas que cruzan el océano,
los que pueden vernos
y transformar nuestras vidas para siempre.

Que no nos confundan con ellos.
Son miserables de inferior categoría:
que nadie nos vea mendigar juntos.

Pero en lo hondo de la sentina
y en los alrededores del castillo de popa
comienza a extenderse un rumor sordo.

El armador se siente incómodo.
El capitán se dirige a nosotros.
¡Rememos, rememos!
¡El bienestar del navío está en peligro!
¡Rememos, rememos!
¡Estos piratas quieren apoderarse
de la galera que es de todos!
¡Tambor, más ritmo!

Pero ya no remamos.
Ahora miramos.
Nos reconocemos.
Empuño la daga que me ha pasado
el hombre de mi izquierda.
Esta vez la sangre correrá por la cubierta.

Se ha dado la orden de asesinar al miedo.




ALGO NOS DELATA

Hay un viejo dolor cargado de cicatrices.
De señores feudales con hiperglucemia
y patronos abusadores y gotosos.
De violaciones, esclavitudes y pobreza.

Hay una angustia de siglos.
La constitución de la derrota.
Cervicales hundidas en genuflexiones mitocondriales.
La desesperanza que trepa
como una hiedra que se apodera de nuestros corazones.

Ungidos de temor y desconsuelo
fluctuamos arrinconados en mareas de rutina.
Nuestros ojos miran vacíos
a un espejo en que no nos reconocemos.

Errantes deambulamos en largas jornadas sin respuesta
por los subterráneos de un mundo
al que nos ha sido prohibido el acceso.
Somos la sordomuda maquinaria de carne,
máscaras intercambiables en una muchedumbre diluída
vomitada día a día en ciudades ajenas.

Nos movemos sobre largas cintas de asfalto,
sobre planes perpetuamente quebrados,
sobre esquirlas de sueños consumidos,
sobre ilusiones que se estiran sin encontrar la suerte.

Indecisos, obedecemos todas las señales.
Portamos rostros y relojes.
Torcidamente miramos de reojo
a los que se empeñan el levantar los velos,
en romper la pantalla plana en que nos deslizamos,
en señalar abismos y montañas:
los marcadamente extraños y peligrosos.

Hay un hueco sin ellos, no obstante.
La sensación del pedernal que se enfría.
Un moho apagado en nuestro latido.
La magua de algo más fiero.

Persiste un vacío en nuestra alma.
Una grandeza ahogada entre facturas.
Una trascendencia que vela agazapada.
Algo eternamente invencible y sostenido.

De vez en cuando nos asalta el aroma de otra cosa,
de otro mundo, de otra vida, de otro latido.
El perentorio deseo de alcanzar lo inalcanzable.
La irrefrenable necesidad de cruzar todos los puentes.
De estremecernos entonando una canción de sangre.

Hay un viejo dolor que nos llama.
Una sed atávica y persistente
que ya no puede permanecer proscrita.




IMPUESTO DE SANGRE

Cinco familias por cada tonelada:
mercancías en la balanza de hierro.
De este viejo óxido está hecha nuestra sangre,
sobrevenida en barranqueras de tristeza y de espanto.

Aún nos circula en las venas una marea oscura
en la que naufraga nuestra alma de esclavos:
fallecimos en la infancia sobre pupitres sucios
con las pesadas cadenas de una pedagogía perversa.

Muertos por dentro,
hemos perdido la facultad del habla,
atados como bultos en resignación y en silencio.
Con sus extrañas vestimentas, los sacerdotes
nos administraban la angustia en obleas de culpa.
Nuestras pobres esperanzas eran todas pecado
y el pulso vital en nuestros corazones
y en nuestros órganos sexuales
fue revestido de mentiras, de sacramentos,
de cíngulos, correajes, crucifijos, cálices.

Sin embargo, algo tenaz resistía en el fondo.
Una pulsión velaba entre la oscuridad y el miedo.
Un relámpago confuso que avisaba de que,
perdidos como estábamos,
pese a todo, éramos.
Una fiera libre y extraña al acecho
de los dueños del mundo, grises y crueles.

Y esperábamos.
Esperamos un soplo, un sonido, una flecha.
Aquello que nos aleje de la somnolencia y del insomnio.
Una señal que nos aparte del naufragio.
Una voz que espante el frío.
Algo que nos recupere cálidos y humanos.

Como fantasmas en una costa desolada,
esperamos a ser rescatados de la soledad y el olvido.
A veces escuchamos pasos.
O rumores de sal. O aromas de orgullo.
Tememos ser diezmados en nuestras madrigueras,
atraer la mirada de los poderosos.

Y contemplamos el mar
por dónde vino la desventura,
por dónde huimos en alas de espuma.
El mar que respiramos como el dolor
que sentimos en el pecho,
en las largas cicatrices de la espalda,
en nuestros sueños barridos por el viento.

Algunos de nosotros buscamos
un bálsamo de furia, una caricia.
Emergemos de la cárcel uniforme,
de la vida programada en códigos de barras,
de los registros escritos con tinta indeleble,
del túnel interminable de los títulos de propiedad,
de las actas notariales,
de los juzgados tenebrosos.

Tocados por el relámpago en esta noche
de relojes marchitos y leyes amargas,
crece en nosotros la insurrección y la duda,
la desconfianza hacia el poder y los semáforos.
Contemplamos las administraciones
con miradas de bayoneta,
con ojos de machete desenvainado,
con la ensoñación de un día diferente.

Y pagamos también nuestro impuesto de sangre,
nuestro tasa de pobreza,
nuestro tributo de desprecio,
la lucidez invencible de la verdad a secas.
En cada latido pagamos
el arrojo que nos fue arrebatado.
El coraje cercenado en el vientre materno.
El precio de una vida chocando contra el muro.

Pero nosotros golpeamos.
Una y otra vez golpeamos.
Aullamos. Lloramos. Persistimos.

Somos acero encarnado.
La decantación de la hemoglobina.
La primavera en espinas.
La sangre carmesí de los esclavos.
La ola que viene encendida.




DETERMINACIÓN

Se puede quitar a un general su ejército, pero no a un hombre su voluntad.
(CONFUCIO)

Es la voluntad lo que vence
a los monstruos que nos obligan al olvido,
que nos asfixian
en pequeños fallecimientos cotidianos
teñidos de ceniza
o en muertes gigantes y vacías
impregnadas en vísceras y en sangre.

Es la voluntad de ser pese a todo,
por encima del pantano plagado
de caimanes adoradores de lo absurdo.

De pie, a rastras, a duras penas,
de cualquier modo, peleando:
la ingeniera, el albañil, la maestra,
que emergen del insomnio
en cayucos frágiles y audaces,
en naves de desesperación y de deseo.

Quién no se levanta no atraviesa los sueños,
no transita a la estatura humana,
no transforma la adolescencia en fuego,
no crece, no cruza, no gana.

He aquí que existimos.
Respiramos:
carne cálida, flemas, besos.
Hacemos frente a los depredadores
con una quijada, una idea o un machete.

Esta es la voluntad, la determinación, la fuerza.
Nunca más víctimas o esclavos.
Nunca más eclipse, gemido o acefalia.
Nunca más yunque, mula o masa.

Con el corazón, con el alma,
con los puños apretados.
Desde ahora, en todas direcciones.
Desde ahora, lúcidos y feroces.




TAC

La existencia es sólo una jornada
entre la nada y la nada.

Cuando llegue la noche
y el final se acerque,
que nos encuentre en pie como seres humanos.

Que no se diga que no hemos aprovechado el día.

Que la muerte llegue y nos encuentre viviendo.
Que llegue la muerte y nos encuentre peleando.




NOTICIAS DEL FRENTE


"Doy gracias a los dioses por haberme dado una vida difícil"

(INDIRA GANDHI)















RESISTENCIA


Hay una guerra avanzando hacia nosotros.
Nuestras mentes están siendo ocupadas
mientras nos hundimos en televisión y desaliento.
Una tras otra caen nuestras fortalezas,
pero ninguna sombra se levanta de la tierra quemada.

Empecinadamente trazo anotaciones,
versos arrancados como cosas robadas
al dolor, a la tortura, a la época.

Alguien tiene que dar cuenta de estos días.
Alguien tiene que hablar de las mujeres y de los hombres invisibles
y de la canción de muerte que habita en sus ojos asustados.

Por eso escribo sobre la gente hambrienta.
Sobre filas de endriagos extraños al dolor humano.
Sobre el arsenal del odio y los agujeros de bala.

Por eso no puedo descansar de la palabra.
Por eso no hay lugar en el que pueda sentirme en casa.

Nuestras mentes están siendo ocupadas.
Hay una guerra avanzando hacia nosotros.




EL EXTRAÑO

¿Qué firme decisión le mueve
o que inescrutable duda
le absorbe?

Porque ese extraño
que se ha subido en tu coche
va hacia algo.
Oculta algo.




EL HIJO QUE ME VA A NACER

El hijo que me va a nacer
se está muriendo de hambre en Somalia,
es palestino en Gaza o Cisjordania,
es un senderista torturado en Lima,
está cayendo alcanzado por la metralla en Sarajevo,
esconde su piel en los suburbios de Soweto,
se lo comen las ratas en Tailandia,
lo matan en las calles de Brasilia,
nunca aprenderá a leer en Guatemala
y lo devora la fiebre en una barraca de Turquía.

Lo persiguen ferozmente en todas partes,
pero en todas partes vive:
a vivir viene a este planeta,
a resistir como cada uno,
y se alimenta bien y está bien cuidado
cerrando el puño en el vientre de su madre.




MALECÓN

La ciudad
se extiende sobre el mar,
sobre cobalto y espuma,
anclada en muelles vítreos
que dormitan enormes y tristes.

La bahía,
una herida negra de labios abiertos,
recibe el ardor de los marineros,
o su silencio alcoholizado,
o vómitos de tormenta.

Vestidos de humedad,
los estibadores arranchan las mercaderías
en metálicas cajas del color del vino,
y las prostitutas,
traídas de los cinco continentes,
preparan las pinturas para su particular batalla.

Un pescador
enfrascado en un juego de muerte
con el habitante sumergido,
reviste su sombra de farolas y calima.

Este es el territorio:
la bahía, la humedad, las putas,
un pálpito en lo oscuro.




PASEANTE NOCTURNO

A estas horas
la ciudad está llena de todo,
menos de paseantes.
Cae la canícula en cortinas espesas
y brilla un taxi bajo las luces amarillas.

Dentro de esas moles acristaladas
pequeños seres telefonean, orinan, mueren,
tal vez fornican, se preguntan
qué ropa se pondrán mañana.

El asesino empuña ya su cuchillo
dispuesto a interrumpir la pesadilla de alguien,
y yo no sé cómo decirlo,
cómo gritar
para que la ciudad despierte.




PLAYA

Por el norte la ciudad cae
hasta donde los bañistas
suben y bajan con las mareas.
Las sirenas de diecisiete años
se cocinan en el estío arrogante
hasta que el sol se sacia de sus pechos.

Las toallas están debidamente enarenadas,
y el hombrecito del acné
marca su territorio con ruido y discoteca,
mientras niños desnudos
y ancianas pálidas
enredan sus pies en algas marrones.

En esto hemos terminado
quienes tomábamos la playa
para la libertad y la inspiración:
miramos con lentes ahumadas ese mismo lugar
donde yacen ahora nuestros protectores solares.




PROMETEO

Cuántas veces has circulado por mis venas, amarga y espesa,
cuántas veces ha centelleado mi corazón en el instante púrpura,
cuántas veces, amor, has sido almizcle solitario
o la fragancia del mundo.

Arrebatada y triste, como una enredadera solitaria
has acompañado en la noche a este niño solo perdido en lamentos,
hemos caminado juntos por túneles desconocidos
llenos de ojos nocturnos,
nos hemos sumergido en tinieblas húmedas
y quemaduras de ámbar.

Mi alma se funde con la tuya de forma compacta y sagrada,
como las vetas del ébano de Makasar,
se desboca en tu boca y en tu risa resbala,
se vuelve fuego y luz y alegría,
crece más allá de los ladrillos del planeta
y de la eclíptica,
se vierte en ciertas cosas oscuras y salvajes.

Y tú que te abrazas a mi corazón
como a una roca vieja y calcinada.




AEROPUERTO

Una enorme explanada de hormigón y asfalto
se extiende por el sur de la ciudad
para poder soportar la pisada de los dioses
que bajan del cielo en naves maravillosas.

Llegan de Berlín, de Estocolmo, de Barcelona,
de la niebla que bordea las orillas del Támesis,
o de un extraño país llamado Cipango.

No sabemos lo que vienen buscando;
ni siquiera nos entienden
—tampoco nosotros alcanzamos a entenderlos—,
y luego regresan con historias exóticas
de personajes y cosas que nunca fueron
en las Islas.




IGUIDA IGUAN IDAFE

Son sagradas para nosotros las montañas,
y tras las montañas sólo hay el Gran Vacío.
Sobre estas tierras, a través del océano,
volando en la voz del siroco y la calima,
nos pusieron los dioses rapaces y luego nos olvidaron.

Ahora vivimos con el énfasis de la gasolina,
detrás de muros fríos en ciudades de espanto;
como si tal cosa nos unimos al bramido de la gente,
caminando sin memoria sobre aceras rotas,
entre corifeos imbéciles que adoptan
la mirada distante de los escribas persas.

Y aguantamos estoicamente al rebaño semanal
que nos llena las laderas de latas y basura de los hangares,
los adocenados comedores de mierda,
los rostros pálidos
que necesitan de máquinas para sentirse fuertes.

Un gesto esperamos, una señal,
una mirada que nos ate a tu destino,
nosotros, que en el alma llevamos
los mil rojos de los montes de Ahaggar.




LAS SIETE DE LA TARDE

Soy solo un hombre pendiente de una puerta.
De la marcha del reloj.
Del minuto que falta.
En medio del murmullo desocupado
de las siete de la tarde
y ese tono especial que invade
el bar de Magisterio,
soy solo un hombre pendiente de una puerta.

Como un idiota tengo miedo a que esta vez no venga.
Pero de un momento a otro,
quizás antes de terminar de escribir,
va a llegar,
va a aparecer por esa puerta,
va a besarme
y abrazarme
y llenarme los oscuros recodos del corazón hasta estallar.

A mis años,
ya se ve,
soy solo un hombre pendiente de una puerta.




ARQUITECTURA

Estas casas no están hechas para el hombre,
sino para ciertas ecuaciones arcanas
que tipos extraños trazan junto a planos extraños.
Ya no hay espacio, ni sombras, ni roca,
ni amplias alamedas, ni parques, ni árboles.

Detrás de tu puerta empieza lo desconocido.
Pegados a tu pared habitan los alienígenas.




BÁRBARO

Como recién llegado por la Vía Apia
mira constantemente hacia arriba,
al cielo acerado de este mundo de piedra y de cristal.
Se disuelve a su alrededor
el aire prendido en otros sitios oscuros,
mientras contempla espantado nuestros ojos vacíos.

Ya nunca podrá desenredarse
del laberinto en que está atrapado:
aceras rectas que se curvan
hacia el bramido de la calle,
muros que dan a otros muros,
desolación, compromisos, obligaciones.

Era el último guerrero,
y está perdido.




SIAMO I BARBARI

Somos los bárbaros caídos sobre las ciudades,
los extraños criados en la montaña, en laderas y barrancos.

Nos hemos acostumbrado a estas gentes de hábitos extraños.
Vestimos como ellos, paseamos entre ellos,
nos confundimos con ellos.

Sólo de vez en cuando,
hacia el crepúsculo,
una mirada torva,
una idea salvaje.




VERANO

En ciertos parques,
al atardecer,
hay gentes que se sientan en terrazas
a tomar té frío,
mientras a su alrededor
sigue la ciudad consumiéndose en humo.

Parejas que inician
las conversaciones que darán lugar al armisticio.
Viejos matrimonios
aburridos de ver la televisión.
Jóvenes poetas que necesitan
alistarse en batallones de versos
para entenderse de alguna manera.

Y niños
que juegan indiferentes a las crisis,
porque en sus ojos
se está estrenando el mundo.




ORACIÓN

(A Abdalá Ochalan, en señal de solidaridad).

Haznos arder de furia y de vergüenza.

Déjanos ver el rostro de los que te han entregado a los verdugos,
la espesa complicidad con que permitimos el genocidio.
Derriba los muros de nuestras mentes intoxicadas.
Desgárranos los párpados cerrados
ante los niños con las tripas esparcidas,
ante los caseríos bombardeados.
Y haznos arder en pura llama roja.

Porque los asesinos te encarcelan,
y no quiero acostumbrarme a sus babosas,
asquerosas, podridas mentiras,
haznos arder.

Con las mismas armas que envían mis gobernantes
a reventar a tus muchachos,
haznos arder.
Porque los criminales nos compran y nos venden,
nos vigilan y nos adulan, nos drogan y nos ciegan,
haznos arder.

Con tu gente gaseada en las montañas,
o encendida en el exilio,
o prendida en holocausto para iluminar al Dólar,
haznos arder.

Haznos arder de furia y de vergüenza.

Amén.




TRISTEZA DE LOS VAMPIROS

Ya no subimos las escalas del pánico
hasta los cerebros.
Como espectros olvidados
nos confundimos con el polvo de otros dioses:
una multitud de ojos líquidos
deambula por las calles ahora,
chacales iluminados por farolas de sodio,
esperando al acecho para clavar
una estaca de indiferencia
en nuestros corazones.

Poco antes del amanecer,
derrotados y ateridos,
nos batimos en retirada,
mientras albañiles con fiambreras
salen al asalto de los andamios,
y los últimos marineros borrachos
regresan a su barco.




BLACK OUT

Tiene sus propias pesadillas
en las que los números de la cartilla del paro
le dicen que ya no es humano.

Hace gárgaras de sangre.
Llora en silencio
sobre un jergón húmedo.
Ninguna guagua le llevará al paraíso.




CIUDAD BOMBARDEADA

Cualquier cosa es provisional.
Los amores duran
apenas una noche.
No hay que esperar
a que te alcance la metralla.
A campo abierto, pálidos,
salimos furtivamente,
sin detenernos siquiera
a mirar atrás.

Recogemos lo imprescindible:
unos pocos libros, una libreta,
bolígrafo, munición, tabaco.

De ciudad en ciudad retrocedemos.
La próxima parada
se llama Derrota.




EN LA RED

Invisibles. Trabajamos,
fornicamos,
consumimos
todas las drogas sociales.

Invisibles. Nos diluimos:
la masa,
atrapados como peces
a este lado del tiempo.




MI CASA ES MI CASTILLO

Mi casa es un castillo
de viejas piedras por las que penetra el frío.
Por los corredores en sombra se multiplican
pálidos fantasmas con mi rostro
arrastrando todas las cadenas
que me son familiares.
Monstruos deformes en las mazmorras,
en el foso lleno de basura y agua turbia,
en las almenas donde gritan
que soy uno de ellos.

Mi casa es un castillo,
mi casa es el foso,
las almenas,
la soledad,
los cocodrilos.




HE VISTO LA LUZ

La lluvia que cae en esferas moleculares
o se interroga horizontal sobre mi escritura,
o regresa vaporosa sobre los adoquines;
la lluvia que acaricia indiferente a los borrachos
o se transporta en paraguas,
o acaso se filtra en goteras desde el techo;
esa misma lluvia
guarda ahora el secreto de mi alma empapada:
he visto la luz.

Créanme. He visto la luz
escondiéndose entre libros, entre botellas,
en los labios de la madrugada.
Débil, diminuta, quebrantada.
Resistiendo bajo la llovizna
el embate del neón y los semáforos.

Por eso ya no me conforma el amor,
ni me consuela el olvido.
He visto la luz.




CONSIDERACIÓN DEL VIENTO

El viento tiene tu piel.
Recorre las calles en palpitaciones grises.
Escala las montañas,
desciende a las ciudades,
pelea con los muros
se retuerce en las alcantarillas.
Trae tu perfume
en el ardor de las noches de insomnio.

Te siento:
el viento tiene tu piel.




CONJURO DEL FUEGO

"Mi alma arde en pura llama roja"
ALONSO QUESADA.

Ven, fuego, ven.

Consume nuestras arterias y tendones.
pero ven, fuego,
ven.

Haznos arder en la delicia,
en el éxtasis genital,
en la locura,
pero ven, fuego,
ven.

Conviértenos en brasas,
disuélvenos en ascuas,
pero ven, fuego,
ven.

Por esta rabia acumulada
en el epigastrio,
ven.

Por el niño que muere de hambre
cada tres segundos,
llega a nosotros cuarenta mil veces al día.

Brota de los barrancos, del aire,
del mar, de la arena,
para quemar nuestro acomodo,
para quemarnos.

Que prenda nuestra alma,
que nos condenemos,
que ardamos,
que nos inflamemos,
que nos calcinemos,
que nos carbonicemos,
que nos achicharremos,
que nos abrasemos,
que hirvamos,
que se conviertan en humo nuestras esperanzas,
pero ven, fuego,
ven.

Ven, fuego, ven.




ESTACIÓN DE TRÁNSITO

Todas las cosas están escritas en agua.
El libro de la sabiduría
es un círculo en la arena.
Los acontecimientos de los dioses
son trazos en el viento.

Tu propia vida se registra
en sábanas arrugadas
en las que, al caer lo oscuro,
se anotan los pequeños sufrimientos,
el malestar de los huesos,
el dolor en la rodilla.
Dinero, preocupaciones, contratiempos:
acostados contigo
marcando el territorio del miedo.

Entonces coges el libro de la mesa de noche.
Se abre otro universo.
Todos los problemas han quedado lejos.




IDENTIDAD EN EL AIRE

"Un día
habrá otra cosa que el día"
BORIS VIAN.

Venimos de lejos. De muy lejos.

De las laderas volcánicas.
De la pobreza desértica.
De la derrota. De allí
dónde el océano comienza.

Empapados en sangre
aquí existimos.
Aquí pervivimos.
Sobrevivimos a veces.

No pisamos los salones
salvo como criados.
No deliberamos ni decidimos
sobre la muerte y la vida.

Nada nos ha sido regalado.
Cada gramo de pan,
cada grano de arroz,
nos lo ganamos a pulso.

Para poder comer
trabajamos a disgusto para otros.
Limpiamos sus retretes.
Nos humillamos.

El desespero nos asalta
a ráfagas. Nos inclinamos
ante el huracán del olvido.
Persistimos.

Pacientemente esperamos.
Nos sostiene
la feroz creencia
en un tiempo que viene.

Aún no hemos detonado
la última palabra.
Estamos en marcha.
Y venimos de lejos. De muy lejos.




EN MIS ORACIONES

No sabes quién soy.
En la misma calle en que vives,
en la misma ciudad
—acaso en el mismo planeta—
escribo tu vida en un cuaderno.

Mientras duermes
o te desvelas al paso
del camión de la basura,
ardo con tus asuntos
en el altar del insomnio.

No tengo soluciones que darte,
ni amigos influyentes,
ni dinero, ni regalos.
Y sin embargo
hablo del brillo de tus ojos.

Aunque no sé quién eres,
y aunque no sabes quién soy.




FURTIVOS

La conversación al fondo
llena de impaciencia los sentidos.
De pronto,
una palabra ronca,
un aroma,
una mirada,
desatan el delirio de labios,
de dientes,
de latidos,
de saliva.

Con premura y palpitaciones,
los "no debería hacerlo"
y los "esto es un desatino"
caen al suelo
arrancados con la ropa.

Y ya sólo
corazones desbocados,
pieles ardiendo,
manos,
sudor,
dedos,
orificios,
delicia,
genitales,
locura.

Después
la respiración,
la ternura,
la felicidad.

Y el miedo.




METRALLA SOLAR

Llevo años con este verso pendiente:
"el sol ametralla los adoquines",
pero nunca le encontré
ubicación ni acomodo.

Cuando los soldados israelíes
acribillan mujeres en Palestina
y los ocupantes gringos
ametrallan niños en Irak,
no está bien usar
esa metáfora en vano.

No es decente, digamos.

Y, sin embargo,
a borbotones de luz,
a dentelladas de Kalashnikov
a deuda externa,
a dinamita y miedo,
a mordidas de hambre,
a mierda y sangre,
el sol de los poderosos
amos del mundo
ametralla nuestros pobres adoquines,
los ladrillos de adobe,
las chabolas,
la dignidad última,
el alma,
los sentidos.

Aquí
hasta el sol es un vendido.




MUJER EXTRAÑA

Camina como con descuido
entre la gente acelerada.
Bullen mundos en su cabeza:
por eso su mirada es lejana.

Enseguida te das cuenta
de que no pertenece a este planeta,
a esta galaxia,
a este tiempo.

Viene del futuro,
de un universo paralelo,
de otra historia.
O quizá de tu infancia
o de su infancia.

Por eso es ancha,
cálida,
amable.

La reconoces,
aunque no recuerdes
de cuándo,
de qué país,
de qué existencia,
de qué batalla.

Como una isla
en el bullicio desesperanzado,
te acercas a sus playas.

Te sonríe.

Desembarcas.




PIERDE TODA ESPERANZA

Aunque te escondas en las alcantarillas,
o huyas a las montañas,
o te desbandes por los barrancos.

Aunque cierres tus oídos
con tapones de cera,
o ciegues tus ojos,
o te sumerjas en sinsentidos.

Aunque disfraces tu rostro,
aunque ocultes tus pasos
o borres con ácido
tus huellas dactilares.

Aunque nunca me ames,
y ni siquiera me nombres;
aunque prefieras el olvido
y la inconsciencia,

pierde toda esperanza:
yo siempre te traeré poemas.




NANÁ PROLETÁ

(Para Sara)

Duérmete niña
abrigadita
que hay otras niñas
que pasan frío.

Duérmete niña
abolladita
que otros estómagos
están vacíos.

Duérmete niña
protegidita
que papá tiene
miles de hijos.

Duérmete niña
zalamerita
que para todos hay
muchos besitos.

Duérmete niña
proletarita
que papá te cuida
aunque no es rico.




BABILONIA

Barridas por el viento,
tus calles trazan el mapa del olvido.
No hay anotaciones sobre la torre de Marduk
ni sistemas de ecuaciones.
El fantasma de la bella Amytis
no encuentra sus jardines.
Ni siquiera hay justicia en la flor de los reinos,
porque el divino Shamas
es menos poderoso que los bombarderos.
De la Puerta de Dios solo quedan
la arena y los elementos.

Hermosa Babilonia,
¿qué extraña caducidad
te ha disuelto con las lluvias?




EMBOSCADO

Agazapado en la azotea
te escondes de los helicópteros artillados
que vigilan desde el cielo.

Acuclillado abrazas el Kaláshnikov.
Revisas una vez más la munición.
Agachas la cabeza.
Contienes la respiración.
Fuera acecha el leopardo
que ya te daba caza en las sabanas de África.
El hambre que te devoraba,
que se llevaba a los hijos.
Y los caprichos del señor feudal,
y la sed, y la tos, y el frío,
y la peste bubónica.

Sientes el aliento denso
del monstruo siempre enemigo:
los conquistadores españoles,
las tropas de asalto de las SS,
los marines yanquis,
Mauthausen,
el holocausto nuclear.
Su sombra se extiende más allá,
el poder,
las alas negras,
el miedo.

Amartillas el arma.
Sólo hay una forma de vivir.
Te pones en pie.
Apuntas.
Respiras.
Disparas.




ÁNGEL VENGADOR

Conozco las razones de tu ira:
no caerán en el olvido.
Eres el que construye el templo de otro,
su alcoba, su piscina.

Lo que piensas del mundo es cierto.
Hay arritmias en tu viejo corazón de esclavo,
pero soy quién puede impedir que te destruyan,
el ángel de la venganza,
correoso y ardiente.

La gente a la que amas
cae en interminables filas de derrota
o de inanición, ante las playas
de los que siempre han dominado el mundo.

Por eso, no te traigo papeles,
ni documentos de residencia,
ni pasaportes,
sino noticias de rebelión
y signos de sangre.

Yo soy tu ejército.




PETRÓLEO EN LLAMAS

"Vendrá la muerte y tendrá tus ojos"
CESARE PAVESSE.

En el pleamar de la carne
con frialdad escriben los gusanos
el libro sagrado de los mercaderes
-sus astrólogos salmodian
la máscara de nuestra mansedumbre-.

La muerte nos vende abalorios
desde sus vitrinas. Su magia
ya no es la nuestra.
En su religión de esclavos
nos adoctrinaron los sacerdotes europeos.
Por eso ahora matamos a los perenquenes
y a nosotros mismos nos damos miedo.

(Pequeño perenquén,
amigo de las paredes blancas,
de la casa y de la noche:
también nosotros estamos siendo barridos).


Estamos perdiendo la sustancia,
la plomada mineral, los helechos.
Retrocede el tiempo mordiéndonos los talones.
Retroceden el mar y las anémonas.
Retrocedemos.

La bestia de metal y abacerías,
de chalecos antibalas y visores infrarrojos,
nos destroza con bombas.
Nos doblega con memes viroides
disparados desde pantallas frías.
Nos convierte en derrelictos
fondeados en el infierno de las barriadas.

Los dioses nos han abandonado,
pero no todos nos hemos rendido.
Vivimos peligrosamente
ocultos en círculos de sal
o en cónclaves marinos.
Aún nos queda el resplandor de las ideas,
la empatía graneada del corazón,
la terrible condición humana.

Y así te llamo, hermano;
de esta manera te convoco, hermana:
armado de palabras, de calima y de tristeza.



MANUAL DE LA ALEGRÍA


“Morí como mineral y me convertí en planta,
morí como planta y me levanté como animal.
Morí como animal y fui humano.
¿Por qué temer? ¿Cuando fui menos al morir?
Pero una vez más moriré humano,
para elevarme con los ángeles.
Y cuando sacrifique mi alma de ángel
seré lo que ninguna mente ha concebido.”

(Rumi Jalaluddin)




“Consigna:
arrancar la alegría a los días venideros.”

(Vladimir Maiakovski)






I

Guitarras, copas, besos, campanas:
sombras devoradas por los días, sólo sombras.
Tu imagen centellea en los ojos que amas,
pero sólo ven una caricatura.
No existe deidad alguna más allá
de los que la buscan desesperadamente.
El humo de las cocinas del infierno
nos impregna, pero no nos perturba.
Bebemos vino porque es preciso olvidar
que es este un mundo para el que somos olvido.
Borrachos caemos en la red de los labios
y en la flor de los funerales.
Embálsenme en vino y en mi nombre beban vino,
y con el vino recuérdenme, amigos.
Que se alcen las copas cuando este templo esté destruido
y en alcohol y perfume navegue
hacia el inmenso vacío.




II

El destino de mi corazón es el ser herido,
una y otra vez, cada instante, hasta el infinito.
¿Qué suplicio puedo temer del averno
si del paraíso sólo percibo ausencia?
En pecado persisto convertir mis acciones futuras
porque amo a los hombres y no a los dioses,
y ya sufro el castigo de la amargura y el desconsuelo
por las faltas innumerables que he cometido o cometeré.
Ninguna riqueza he obtenido del mundo,
ninguna gloria del fluir del tiempo:
soy una tea que arde de la nada a la nada,
sólo una copa rota en un páramo vacío.
Ni rezo ni oculto mis errores:
mi sello se romperá cuando duerma con el Universo.



III

Sin saber nada llegué a la existencia
y de nada servirá al partir cuanto haya aprendido.
A veces palpita la risa en mis lágrimas,
otras veces hay llanto cuando muestro los dientes.
Alegría y dolor son matices sanguinolentos
de la profunda tormenta que barre mi alma.
Un instante de gozo es lo único que importa,
los mil besos tallados en la piedra de mi cuerpo
que se disipan con las horas y los cigarros.

El sentido de la vida no me ha sido desvelado
y así amo a ciegas en un laberinto sombrío.



IV

En ciertos días, mi alma
arde prisionera por no saber embriagarse.
Ya no me ata el amor
ni me aterra la muerte:
sólo procuro conservar la cordura
ante el triunfo de la estulticia.

En verdad, no soy lo bastante sabio
para cambiar el mundo.



V

Treinta mil generaciones me anteceden
y sólo las cenizas quedan de sus sueños.
Ahora somos nosotros los que bebemos y comemos
y fornicamos recalcitrantes.
Borracho o héroe, yo también seré ceniza,
así que procuro perderme en labios y rosas
antes de que mi vida se esparza en el viento.
Los que ya no están no pueden hacerlo
y cualquier sufrimiento es inútil.
Gozo del amor mientras acontece la historia
y cien dioses dividen a los hombres.

Todo cuanto dicen son sólo palabras,
pero tu piel es verdadera y no necesita pretextos.



VI

Me acuesto entre las sábanas de la alegría
a disfrutar del placer y la quietud
mientras en tromba pasan las cosas del mundo.
Cuatro idiotas dirigen el planeta
considerando herejes a los que no somos sumisos
y dudamos de un cielo de eterno gozo, conscientes
de que un instante de placer con una muchacha hermosa
vale más que mil años en el paraíso.

Pero los orgasmos de ayer no me consuelan hoy:
por eso amo lo que fluye.



VII

En el sarcófago del ocaso me mezclo con los hombres,
ebrio de sus palabras, de sus gestos, de sus olores.
Entre la gente me desbordo, pero sólo ven
a aquel que ya no soy.
Vivo alerta pues me vigilan como a un ladrón
que viene a quitarles sus sueños diminutos
a cambio de ideas extrañas.
Pero sólo quiero apurar el néctar
de mi propia existencia antes de dormir con los reyes.
Carezco de religión y de esperanzas de ultratumba,
pero me regocijo porque aún late mi corazón
y puedo hundirme en los brazos de las mujeres que amo.

¿Dónde están los que ya se fueron?
Los dioses han muerto: yo he renacido.




VIII

He tenido la suerte de nacer como una tempestad
con los ojos abiertos para ver bien las cosas.
No obstante, me encadenan pesadas leyes
y polvorientos legajos en el registro de la propiedad.
Si desato mi fuerza, me tachan de loco.
Si me quedo quieto, sospechan que conspiro.
Por eso vivo sin ocuparme de nadie
y procuro que nadie se ocupe de mí.

Entre un momento y otro, gozo del presente
mientras se disipa el tiempo que me ha sido concedido.




IX

El tiempo es un enemigo implacable:
después de mí seguirá expandiéndose el Universo,
pero la gloria y los laureles volverán a la entropía.
No empezó el mundo cuando nacimos.
Tampoco se colapsará por nuestra ausencia.
Hoy por hoy tengo para comer y donde abrigarme
y no soy propiedad ni dueño de nadie.
La rueda de los deseos me va siendo ajena
y ya no me envenena la autocomplacencia de los imbéciles.
Para llegar a los hombres me he separado de ellos.
Sin embargo, aprecio su vino y su tabaco.



X

El núcleo de la galaxia no se conmueve
por la sangre de los reyes derramada en la tierra.
Los poderosos no hacen girar los planetas
y, a pesar de ello, se atreven a llamarte rebelde.

Pero tú nadas con la corriente y te deslizas con el viento,
y todo el infinito palpita para tu regocijo.




XI

Las mujeres amadas envejecen
y por eso las amo más todavía.
Yo también vuelo en el viento de la muerte
y son cada vez más preciosos los días que me quedan.
En un viejo barranco me he convertido:
fluyen por mí la vida y el esperma,
y por encima sólo tengo cielo.
No espero el mañana y respiro el ahora.
De nada me arrepiento, de nada presumo.
No reconozco otro idioma que el que yo he inventado:
camino con paso de tigre
por donde habitan las verdades verdaderas.



XII

Es mi hijo quien me ha elegido
y por eso son sus ojos los que dan luz al Universo.
No atesoro esperanza alguna, y a pesar de todo
él puede todavía conquistar el mundo,
liberar la patria, incendiar el corazón de los hombres,
o bien encontrar el silencio de los sabios.
Cuando se marche, jamás volverá.
Mañana será otro y nos convertiremos en extraños.
Por mucho que reflexione, no sabré cual será su destino.

Apura tu alegría, joven compañero,
antes de que te incauten el alma.
Tu vida fluirá más rápida que tus propósitos.
No sabes de dónde vienes, no sabes a dónde vas.
En eso precisamente consiste estar vivo:
que no te apene la incertidumbre
ni te aten los deseos.



XIII

He sido creado para las mujeres y las islas macaronésicas.
Por eso prefiero las prostitutas a los beatos:
al menos ellas son lo que parecen.
Tú que me lees,
no te enfades por estas cosas que escribo.
¿Qué importa lo que yo diga?
Hemos nacido entre esclavos
y después de nosotros, por mucho tiempo,
seguirán puestos los grilletes.
De nada sirve que te preocupes
agobiando tu alma con pensamientos ociosos.
Por el día, pasa tu tiempo alegremente.
Por la noche, respira las estrellas
que vuelven a llenar el firmamento.
Brinda con los amigos antes de que tu nombre desaparezca.
Narcotiza el nudo inmenso de la tristeza.
No te inquiete el futuro y desdeña el pasado:
es ahora cuando existimos
y respiramos.




XIV

Una vez me fue prometido un mañana
saturado de dicha y combatientes.
Ahora han desertado los amigos
y me han dejado las muchachas.
Todos estos tribunos, ¿que han creado?
Los planes y las gaviotas de nuestros sueños
han quedado en invenciones trazadas en el viento.

He aquí que lo que amamos nace sin cesar
y crece perpetuamente como un fuego indomable.




XV

Con las piedras que me arrojan los lapidadores
he construido esta torre.
Armado estoy ahora con pena y con deleite,
mientras el frío nocturno se estrella
en la tibieza de mi alma encendida.
Los que se pierden en rituales abyectos y jerarquías absurdas
jamás entenderán que sus días se deslizan
como la lluvia barranquera abajo.

No hay respuesta para sus preguntas.



XVI

Salvar el pellejo cada día ya es bastante.
El cansancio, el odio, el miedo o la resaca
provocan sueños de paraísos comprados por unas monedas.
Dinero fácil, deseos fáciles, vida fácil,
absurdas esperanzas de inmortalidad social.
Cócteles, recepciones, fiestas, primeras piedras,
posición, estatus, cocaína:
me estremezco
viendo el trabajo que cuesta ser imbécil.



XVII

Empapado en el tacto de la noche,
me uno a la furia de la ciudad y sus canciones.
Las máquinas voladoras dividen el cielo
como balas que marcan la muerte de alguien.
Ya he vuelto de los viajes nunca emprendidos
porque el principio está tan lejano como el fin.
Este camino no nos lleva a ningún sitio.
¿A qué apresurarse?
Y sin embargo, nuestras huellas nos persiguen obstinadas.
El infierno aún tiene pisos inferiores
y sótanos más profundos.
Hay infortunios que aún no he visitado.
No hay lugar en el que estemos a salvo.
Sólo el desierto nos lleva a alguna parte.



XVIII

Todos los lugares a los que has viajado
nunca han estado allí realmente,
jamás son lo que pudieron haber sido.
Por cada camino elegido hay una bifurcación desechada,
o cientos, que nunca recorriste,
otra cosa que pudiste haber hecho y no hiciste,
y otra palabra, otro silencio, otro gesto,
otra mujer que se cruzó en tu vida.
Dentro de ti, no obstante, cada cosa está en su sitio:
siempre cae una ligera llovizna en París,
y la muchacha que te sonreía en la guagua
y que nunca has vuelto a ver,
era, en realidad, la mujer perfecta.
Hemos sido atracados en el camino:
el viaje interior es el que importa.



XIX

Algunas cosas húmedas y desbocadas
se han adherido a mi alma como una enredadera solitaria,
como claves submarinas o laboratorios insomnes.
Aligerar el equipaje no es una tarea sencilla,
por eso ardo en el fuego de las noches sagradas
y palpita mi corazón con el dolor de las articulaciones.
Cuando era joven me sabía invulnerable
rodeado de libros, amigos y palabras.
Lo que parecía eterno ha dejado de serlo
y ahora soy otro distinto
al que está retratado en tu memoria,
aunque sea mi rostro el que recuerdes.

Me he reencarnado en este hombre extraño,
con una caligrafía extraña.




XX

Nada ha cambiado, pero ya nada es igual.
Hemos encontrado el final del túnel
para comprobar que es el comienzo de otro laberinto.
El amor es igual al resto de las cosas,
y los amigos no siempre son leales.
Nuestros poemas no cambian el mundo,
aunque a veces lo hagan más habitable.
Frente a nosotros, un jurado implacable,
un ejército acampado junto al mando a distancia,
una multitud incapaz de dar sentido a su existencia
pero decidida a toda costa a no cambiarla.
Es difícil llegar al corazón de los hombres
y, sin embargo, de vez en cuando,
algunas palabras son la chispa
que incendia las inmensas praderas de los corazones.

Por eso sigo escribiendo sobre el giro de la Galaxia,
los cuarenta mil niños que mueren cada día de hambre,
la continua expansión del Universo,
la claridad de la conciencia.




XXI

Escribes para la luz,
aunque estés retenido en sombras
que se niegan a apartarse al paso de tu rabia.
No eres distinto de esta gente anónima que espera la guagua,
cargada de insomnio, distancia, ruido.
Carne de olvido, has sido derrotado tantas veces
que tu pecho se ha convertido en una cota de malla.

Vives para la luz,
condenado entre sombras que se disipan
ante el brillo de tu espada.




XXII

En todas partes se percibe el miedo
de quienes claman a la deriva porque sus existencias
son singladuras tortuosas que no llevan a ningún puerto.
Nacimiento, muerte, renacimiento:
apenas empezamos a entender la ternura
y ya somos expulsados de la salvaje simplicidad de la infancia.
Pero cada día permite un trago de felicidad
y es cuestión de apurarlo hasta la última gota.

Recuérdalo cuando, entre las ruinas de esta civilización,
pases junto a un portal donde alguien llora.



XXIII

Somos puentes de soga tendidos sobre el abismo
balanceándonos ante el peligro de pasar al otro lado,
gentes de tránsito que habitamos el mundo
hundiéndonos perpetuamente en el crepúsculo.
Amo por eso a quienes se atreven a cruzar
cumpliendo resueltamente su destino,
sin buscar la protección de los dioses
sino la ascética virtud que nace en el interior
de un espíritu libre y un corazón libre,
y con desapego se encaminan decididos
hacia la otra orilla.



XXIV

Regalo mis versos como desde una nave negra
reparten los héroes la mola en la hecatombe.
Atormentado y erguido, he caminado en los márgenes
del tiempo, del mar, de la historia,
soportando la verdad como unidad de medida.
Un viento cálido y seco soy para el corazón de los hombres
porque no exijo fe ni fabrico profecías.
Nadie es dueño de mis palabras,
a nadie trato de seducir con ellas.
Solo voy como solos vamos todos,
la piel convertida en una armadura desnuda e inflexible,
con la brutal necesidad de seguir escribiendo
con los colores del índigo.



XXV

Hay quienes vagan por su existencia
en un adormilamiento perpetuo,
ocupados en hacer tolerable una vida absurda,
cada uno soportando naufragios
para los que no es consuelo la sabiduría,
ni las gotas de felicidad consumidas
en caricias fugitivas a las que jamás volveremos.
Sin embargo, en los próximos cinco mil millones de años
el sol seguirá saliendo cada mañana.

Todo acaba, pero todo empieza,
y los niños siguen jugando en las calles.



XXVI

En un lugar del corazón reconstruimos
las ruinas de la edad y los esfuerzos vertidos
en combates dispersos y sueños derrotados.
En esa válvula mitral o ventrículo del alma,
o castillo interior, o jardín diminuto,
mantenemos intactas las esperanzas.
Cuando soplan el siroco y la calima,
queda un lugar habitable aún en este territorio:
algo de dignidad en la desgracia,
algo de estoicismo en el sufrimiento,
algo de coraje en la desdicha,
el valor indomable de los hombres libres.




XXVII

El aire transparente de las cosas diminutas
es el que respiramos una y otra vez sin fin.
Nada hay de qué arrepentirse,
no se detienen los instantes para que nos aferremos a ellos.
Una pequeña acción, un gesto solo
que no pretende ser más de lo que es,
y toda nuestra vida habrá cambiado.
Hay quien ve desfigurada su historia
por no subirse a tiempo en un tranvía;
un teléfono que comunica precipita a una mujer
en el abismo de una noche impensable.
A nuestro lado pasa una ambulancia
cuando volvemos contentos de algún pequeño triunfo.
Mientras lees esto cómodamente en tu sillón favorito,
alguien desde el quicio de una ventana
mira obsesivamente al vacío.




XXVIII

Aunque adoptes el discreto tono gris
de la monotonía y lo cotidiano,
y ese aire manso de los desesperados;
aunque te contonees como un animal doméstico
de costumbres pacíficas y rituales;
aunque los años parezcan haber mellado tus dientes
y te hayan dado una apariencia suave
llenándote de libros y cierta sabiduría;
aunque tantas capas de barniz social
y togas de jueces y uniformes de policía
te den un aire ausente y civilizado,
hay un dragón salvaje en el fondo de tu alma,
un saurio violento y despiadado
que brama de noche entre el fuego y lo perdido.
No está dormido cuando tú duermes,
y en el remoto centro de ti mismo
traza abominaciones y crímenes,
sueños insensatos y traiciones crueles.
Ese dragón eres tú,
y espera acechando a que te des cuenta.

Acéptalo y bebe.



XXIX

Anoto en el libro del debe y el haber
los vientos que me son favorables
y que me acompañan en este tránsito
haciéndolo parecer más de lo que es.
Pero ya no intento simplificar el mundo
sino encontrar la forma de andar en él,
de estar al lado de la gente que amo
pero no me necesita.
Todo lo demás son sentencias sin significado
que ya no sirven para describir
las cosas invisibles.
Amontonadas como bloques de piedra,
escritas están en la palma de mi mano,
mientras redoblan las palabras a la deriva
en mi interior
como si esta carne fuera un planeta
que arde por los cuatro costados.



XXX

A veces es preciso retroceder,
replegarte sobre el rastro de tus días
en el bosque sagrado de tus libros
o en el desierto inabarcable de tus sueños.
A veces es preciso volver
a las trincheras de la inteligencia,
a la claridad del territorio en que palpitas,
allá donde el sol brilla eternamente
y la sabiduría es un océano de luz.
A veces es preciso regresar
a una patria cálida y amable.

En la desolada geografía de tu vida,
hay aún una costa por cartografiar
donde yacen hundidos cien buques fantasmas.



XXXI

Si avistas en tu horizonte la unidad de lo existente,
ya no habrán temporales ni sufrimiento
sino naranjas crecidas en la libertad del viento
y exaltaciones del agua respirando
en los ojos inmensos de la humanidad inmensa.
Entonces, y sólo entonces,
estos versos tristes que lees ahora
fermentarán en las barricas de tu alma
como un néctar derramado en copas de espuma.
Nada importa que estas sílabas violentas y sombrías
se traben en un amor encarnizado
con la gramática de la primavera.
La vida se teñirá de amaranto,
convertida por fin en una campana.



XXXII

Es preciso transitar como caminante
que fluye con las cosas, sin aviones, sin barcos,
sin trenes, sin remedio.
Hay que viajar perpetuamente con pies descalzos
por este mundo que será sustituido
por otro distinto al que ya no veremos.
Gobiernos, prostitutas, sacerdotes, traficantes,
banqueros antropófagos y políticos carnívoros,
continuarán enredados en los hilos de su destino,
mientras jóvenes estudiantes con anteojos
se harán preguntas sobre el devenir del Universo.
Y cuando el planeta sea nuevo para otros ojos,
crecerán en el agua nuevas heridas
y renacerá en los hombres un fruto inquebrantable.



XXXIII

Nadie ha amado como tú has amado,
ni ha consumido su corazón en tantos besos encendidos.
Es el amor un asunto que cada uno reinventa
como una radiante mañana delicada
que por el sur levanta una palpitación indeleble.
No vaciles en dejarlo brotar en tu pecho,
ni rechaces su regalo de alegría,
aunque despiertes la ira de los fríos.
Cuando crezca en ti como una marea desbordada,
deja que queme tus arterias y tu saliva,
que conquiste tu boca enmudecida,
que abra tus esfínteres a las feromonas
y llene de fuego tus ojos cerrados.
No termina así el amor, nunca muere:
sólo cambia de palabras y de labios.



XXXIV

Para vivir he nacido,
para escribir estas cosas que te cuento,
para hablar del tiempo deslizándose
árido como la sal o amable como la brisa.
Para amar he nacido,
para arder con los años en este volumen del espacio,
para llover sobre el polvo hasta borrar la ausencia.

De cuanto vivimos, sólo perdura
la república irreductible de los besos
acumulados sobre la arena como un tesoro transparente.
Todo dejará de ser menos los besos,
la claridad de los besos para inundar el vacío,
la persistente ola de los besos en la pleamar de la sombra.



XXXV

Una por una vuelven a ti todas las cosas,
los elementos errabundos que una vez
flotaron a la deriva en tu atmósfera
como naves grises o guitarras vaporosas.
Nada se consume totalmente:
regresan a tu vida del olvido
oscuras escaleras con olor a semen,
y movimientos húmedos, y manos insomnes,
y la suavidad de un seno que cambió tu destino.
Por eso revives una y otra vez aquel aroma,
la negritud de un vello púbico,
una vieja bandera con siete signos
o la palpitación del placer o del nacimiento.
Aquella luna se superpone a esta luna,
aquella piel vuelve con cada piel,
y todos los números son ahora
la combinación que abre el candado de tu alma.




XXXVI

Las redes de lo cotidiano
van atrapando fuegos, planes, adioses,
amores vacilantes, páginas, estertores.
En la cúpula de la noche
sostiene la luna el cielo impenetrable,
y es entonces cuando nos convertimos
en una criatura perdida en los malecones
que huye en las alas de un pájaro gigante.



XXXVII

Es amable la noche y cuanto de ella procede,
pues de noche todas las transformaciones son posibles:
todas las señales giran erráticas
en la tenacidad espesa de un movimiento puro,
con las matemáticas del agua que te lleva
custodiándote sin tregua como a un soldado dormido.



XXXVIII

Deambulando por las calles, te llenas
del olor intenso de los transeúntes,
de esta gente que imprime en tu alma
sus signos terribles.



XXXIX

Te estremecen sencillas canciones sin instrumentos
de mujeres y hombres de países extraños y fecundos,
o el sonido de las campanas del templo de Eijiji.

Transparente suena la melodía,
la música de la respiración
que un día cesará.



XL

La gente que amas crece en ti como una planta
junto a la que se desliza el río de tu vida.

Riega la planta con esa agua,
riégala antes de que desemboque en la nada.



XLI

Un rostro sereno que sonríe
en la inmensidad de la ciudad y sus calles.
Una forma de andar relajada y resplandeciente,
como un temblor ligero sobre las aceras mojadas.
Demorarse con placer en conversaciones sencillas,
habitando dichoso un rincón del cielo.
Vivir con plenitud el hogar, la tierra, las estrellas,
el azul del mar y libros que me son substanciales
con párrafos subrayados y notas en el margen.

Todas estas cosas me hacen feliz.



XLII

Julio Verne, Arturo Uslar Pietri,
Julio Cortázar, Isaac Asimov,
Ursula K. Le Gin, Ray Bradbury.
He recorrido el universo en sus novelas,
en sus historias, en el bordado de sus maravillas.
He sido hombre, y mujer, y extraterrestre,
y dios, y otras criaturas indescriptibles.
He participado en las primeras aventuras
y en otras que nunca fueron
pero pudieron haber sido, o lo serán,
y he asistido en directo
al desmoronamiento del Imperio Galáctico,
siendo a la vez gigante y diminuto,
valiente, humano, terreno.



XLIII

El pasado es una avalancha
que se nos viene encima, arrinconándonos.
Al otro lado de la pared,
las inmensas praderas del futuro,
donde esperan a ser todas las cosas.

Esto es el presente: una puerta.



XLIV

En la penumbra, un hombre sentado
con las piernas cruzadas, sereno.
Una montaña inmóvil:
los pliegues de la ropa caen armoniosos
como reflejo de su deleite,
mientras pasan las cosas como nubes
y las paladea sin aferrarse a ellas,
jugando con las corrientes marinas,
existiendo fluidamente,
nadando en el acaecer de la vida.

Aceptación:
cuando piensa, no se angustia.
Determinación:
cuando actúa, ni un titubeo.



XLV

Sin esperarlo,
alguien desconocido me sonríe en la calle.
Un regalo espléndido intercambiamos:
una sonrisa, una llama
que ilumina mi corazón
por unas horas.



XLVI

Sentado en la arena de la playa,
veo fluir el mundo y sus criaturas.
Pienso en Siddharta Gautama,
que descubrió la claridad de la conciencia
dos mil quinientos años atrás,
sentado como yo estoy ahora,
frente al mar,
el corazón latiendo en el crepúsculo.



XLVII

La tibia, desnuda, voluntad de vivir,
escribe el libro más hermoso;
la simple, desnuda, alegría de vivir,
de respirar como la llama,
de consumirnos
mientras propagamos lo que somos.



XLVIII

Los amigos queridos son como la lluvia
empapándonos en palabras,
en miradas, en gestos,
en sutiles germinaciones
que florecen
como una planta misteriosa.



IL

Somos ciudadanos del futuro,
esa patria de aire y transparencia
en la que ardemos.



L

Esta tierra nos pertenece.
Este mar nos pertenece.
Esta historia nos pertenece.
Y nosotros pertenecemos
a esta tierra, a este mar, a esta historia.

Somos
lo que amamos.



LI

Amigo olvidado, viejo combatiente:
quizá nunca veas
el esplendor de la insurgencia,
pero tú desencadenaste esta travesía
para cruzar el mar del tiempo.
Vive ahora
y no te rindas.



LII

Nadie viaja en la sombra contigo,
en la noche que teje tu destino,
en la luna que no es sino tu sueño,
en la circulación de las luminarias en el cielo.

Nadie bebe tu vino ni canta tu canto,
ni late con tu corazón, ni regresa a tu alma,
ni combate a tu lado con las tinieblas.

Es tuyo el sendero trazado en lo oscuro:
dispón tu corazón para el camino.



LIII

La vía que recorres
aún no ha sido trazada.
Nadie puede darte cuenta
de las señas y las señales,
porque no hay camino a dónde vas.
Si alguien las supiera
llegaría
directamente
a tu corazón.




LIV

Con ánimo de viajero recorro
el campo de batalla olvidado,
las esquinas y las calles solidarias
por las que nos perseguían
los eternamente crepusculares y grises,
y en las que caían los amigos
mortalmente jóvenes y heridos.

En esta guagua que me lleva,
reflejando una imagen sombría
en sus cristales sucios,
veo pasar las estaciones sin detenerse nunca.
Todo cambia:
sólo permanece el adiós,
el viaje,
el camino.



LV

Vive un latido imperecedero en la neblina,
en el frío que avanza desde los pinos de la cumbre
para detener tu agonía durante cien eones.
No puedes cargar con los monstruos del insomnio
en el bolsillo durante tanto tiempo:
desecha, pues, todo lo que te moleste,
el olor a cerveza, limpiar el fregadero,
bajar la bolsa de la basura,
los restos de amor
derramados
sobre tu camisa.




LVI

Te has convertido en una piedra ciclópea
que dice adiós a las muchachas amadas,
transeúnte de otras jornadas por las calles duras,
de otros días persistentes como las olas de un océano
donde el destino navega de regreso
hacia un puerto en que ya eres extranjero,
en el que has sido borrado a paletadas
de gouache, de tiempo, de aguarrás,
mientras pides desesperadamente una cerveza
o un barril de ternura.



LVII

Has desertado del dolor y de la memoria
para perderte en geométricos laberintos de arena
en la búsqueda atávica del eterno sur
donde soplan en el viento las pasiones malditas
y las palpitaciones arrancadas con cuchillos de obsidiana.

Tienes los días contados.



LVIII

Sobreviviente del anterior precipicio,
miras hacia atrás y parece que fue ayer el mundo,
ahora que se abalanza sobre ti
la apisonadora del tiempo
para reducirte a partículas elementales,
a una sutil fosforescencia plana,
a un trazo hilvanado en la nada.

¡Oh terribles demiurgos sentados
sobre los párpados de los niños!
¡Oh la sombra dorada de las muchachas
que se sentaron en nuestras rodillas!
¡Ay nuestro destino de ángeles
atrapados en cepos para lobos!

Creélo:
sólo existimos como mutantes deformes
chamuscados por fuego de artillería.



LIX

Los profetas de la trivialidad
nos aturden con trampas diminutas
para convertirnos en pasto de los arqueólogos.

Contempla con ironía su perfil amanerado,
obsérvalos temerosos ante el tsunami de locura
que acompaña a los viajeros del abismo,
a quienes caminamos por el filo del horizonte.



LX

Canto para poder vivir ahora,
para impregnarme del olor de otros cuerpos,
de la tempestad encendida de otras bocas.

Canto para que tintineen las palabras,
para llenarme de la espuma del universo,
para ungirme de bálsamo y de tristeza.

Canto para detonar la sangre y la saliva,
las sonrisas, la rabia, todo aquello
que me convierte en una bestia espléndida.

Canto para no olvidar las piedras de Cartago,
por donde deambulan los dioses ciegos y lascivos.
Canto; simplemente canto y respiro.

Porque he nacido por última vez.