La bomba sólo está viva mientras cae
(IAIN BANKS)
TIC
Todos los átomos, todas las moléculas,
todos los aromas, todas las atmósferas,
todos estos anhelos y palpitaciones
preguntan por el vacío de tu sombra.
Ven conmigo al origen de todas las palabras.
Al cambiante ahora que nos lleva al mismo ahora.
Al aliento encendido que te consume
y me consume.
Ven conmigo. Al día. A la noche.
A las playas oscuras de la laguna Estigia.
A donde la perpetua marea del sufrimiento
sobreviene en olas.
Ven a la costa del dolor humano,
a la desvastada geografía de la metralla,
al territorio del hambre, de la sed,
de la sangre.
Ven a mi abrazo furioso y desolado.
Todos los átomos, todas las moléculas,
todos los aromas, todas las atmósferas,
todos estos anhelos y palpitaciones
preguntan por el vacío de tu sombra.
Ven conmigo al origen de todas las palabras.
Al cambiante ahora que nos lleva al mismo ahora.
Al aliento encendido que te consume
y me consume.
Ven conmigo. Al día. A la noche.
A las playas oscuras de la laguna Estigia.
A donde la perpetua marea del sufrimiento
sobreviene en olas.
Ven a la costa del dolor humano,
a la desvastada geografía de la metralla,
al territorio del hambre, de la sed,
de la sangre.
Ven a mi abrazo furioso y desolado.
EMPLAZADO
Tengo cita con una bala en Samarkanda,
en la humedad crepuscular de Afrasiab.
Me espera un kilo de dinamita en Samarra,
en la orilla izquierda del Tigris.
Me acecha una granada en Orán,
o un vómito de sangre en Nankín,
la muerte en cualquier ciudad vestida de tristeza.
Me alertan amargamente las lechuzas.
Me avisan las miradas aviesas.
Me informan las entrañas sacrificadas.
No hay remedio:
tengo una cita en Samarkanda.
Tengo cita con una bala en Samarkanda,
en la humedad crepuscular de Afrasiab.
Me espera un kilo de dinamita en Samarra,
en la orilla izquierda del Tigris.
Me acecha una granada en Orán,
o un vómito de sangre en Nankín,
la muerte en cualquier ciudad vestida de tristeza.
Me alertan amargamente las lechuzas.
Me avisan las miradas aviesas.
Me informan las entrañas sacrificadas.
No hay remedio:
tengo una cita en Samarkanda.
PALABRA
La palabra es la voz,
los labios y el corazón abiertos.
Es el árbol, la tierra, el polvo, el camino.
La palabra es el viento.
La escucha, el aire, el Universo.
La palabra es el nombre de todas las cosas.
La palabra es el mar.
Mensajes en botellas de vidrio que derivan de un náufrago a otro.
Es el tiempo, la historia, el cuento, la memoria.
La palabra es la esperanza, el sueño,
la poesía.
La palabra es el deseo, la seducción, el deleite.
Es la arena, la luna, el Cosmos.
El espejo, el espíritu, lo invisible, la noche.
La palabra es una ventana, la puerta de los corazones.
La palabra es el verbo, el proverbio, el sujeto,
el objeto, los colores, el predicado.
Es pausa, silencio, piel, tacto.
Es el amor, el contacto, la desesperación o la ternura.
La luz. El fuego. El conocimiento.
La palabra es sabiduría.
La palabra es la lengua, el gesto, una caricia.
Es arma. Es barco, nave, bajel, mañana.
Y también aroma, sopa caliente, patria.
La palabra es serenidad y torbellino.
La palabra es trigo, es salvia, es vida.
Es libro, escritura, tinta.
Y saliva, sangre, pezones y gemidos.
La palabra es risa, sonrisa, lágrimas.
La palabra es génesis, espacio-tiempo, supercuerda, quanto.
Es Origen. Es Destino.
Es vidrio, cristal, lente, telescopio.
La palabra es inspiración y expiración.
Aire. Respiración. Corazón. Latido.
La palabra es hilo, señal, runa.
Es mímica, aviso, llamada.
Puente. Hermandad. Abrazo.
Es casa, refugio, torre, suspiro.
Alquimia, piedra filosofal, oración, mantra.
La palabra es la claridad de la conciencia.
La palabra es la iluminación.
El Buda salva del sufrimiento a las personas mediante la palabra escrita.
(NICHIREN DAISHONIN)
La palabra es la voz,
los labios y el corazón abiertos.
Es el árbol, la tierra, el polvo, el camino.
La palabra es el viento.
La escucha, el aire, el Universo.
La palabra es el nombre de todas las cosas.
La palabra es el mar.
Mensajes en botellas de vidrio que derivan de un náufrago a otro.
Es el tiempo, la historia, el cuento, la memoria.
La palabra es la esperanza, el sueño,
la poesía.
La palabra es el deseo, la seducción, el deleite.
Es la arena, la luna, el Cosmos.
El espejo, el espíritu, lo invisible, la noche.
La palabra es una ventana, la puerta de los corazones.
La palabra es el verbo, el proverbio, el sujeto,
el objeto, los colores, el predicado.
Es pausa, silencio, piel, tacto.
Es el amor, el contacto, la desesperación o la ternura.
La luz. El fuego. El conocimiento.
La palabra es sabiduría.
La palabra es la lengua, el gesto, una caricia.
Es arma. Es barco, nave, bajel, mañana.
Y también aroma, sopa caliente, patria.
La palabra es serenidad y torbellino.
La palabra es trigo, es salvia, es vida.
Es libro, escritura, tinta.
Y saliva, sangre, pezones y gemidos.
La palabra es risa, sonrisa, lágrimas.
La palabra es génesis, espacio-tiempo, supercuerda, quanto.
Es Origen. Es Destino.
Es vidrio, cristal, lente, telescopio.
La palabra es inspiración y expiración.
Aire. Respiración. Corazón. Latido.
La palabra es hilo, señal, runa.
Es mímica, aviso, llamada.
Puente. Hermandad. Abrazo.
Es casa, refugio, torre, suspiro.
Alquimia, piedra filosofal, oración, mantra.
La palabra es la claridad de la conciencia.
La palabra es la iluminación.
KART HADASHT
Todo lo que nos acontece
es fruto de nuestra condición de hombres.
Del destino de las moléculas que nos forman.
Del carbono forjado en el interior de las estrellas.
De la voluntad de ser
edificada sobre rocas basálticas.
Envueltos en ropa y tecnologías,
aún a veces sentimos la llamada primitiva.
Cantamos.
Bailamos.
Miramos al cielo
para empaparnos de las maravillas celestes.
Allí donde ni la luz ni la razón alcanzan
adoramos dioses extremadamente malvados
a los que ofrendamos armas homicidas.
Entre fuego, miedo y emboscadas,
entre el horror, la ira o el aturdimiento,
algo en nosotros, sin embargo,
se resiste a sucumbir.
A dentelladas persiste
una tendencia inquebrantable a la ternura,
a la construcción de una patria luminosa,
a vencer las tinieblas con ferocidad
y con trigo.
Todo lo que nos acontece
es fruto de nuestra condición de hombres.
Del destino de las moléculas que nos forman.
Del carbono forjado en el interior de las estrellas.
De la voluntad de ser
edificada sobre rocas basálticas.
Envueltos en ropa y tecnologías,
aún a veces sentimos la llamada primitiva.
Cantamos.
Bailamos.
Miramos al cielo
para empaparnos de las maravillas celestes.
Allí donde ni la luz ni la razón alcanzan
adoramos dioses extremadamente malvados
a los que ofrendamos armas homicidas.
Entre fuego, miedo y emboscadas,
entre el horror, la ira o el aturdimiento,
algo en nosotros, sin embargo,
se resiste a sucumbir.
A dentelladas persiste
una tendencia inquebrantable a la ternura,
a la construcción de una patria luminosa,
a vencer las tinieblas con ferocidad
y con trigo.
TIEMPO
Sólo tenemos el tiempo
que nos convierte en piedras olvidadas.
Pasajeros de esta época
manchada de sangre,
viajamos sin fe, sin ilusiones,
sin patria, sin dioses.
Sólo arena, sólo cemento,
sólo mar sucio,
sólo cristal y acero.
Sólo ojos vacíos,
solitarios días vacíos,
tantos por ciento,
bocas con hambre.
Sólo el odio, la rabia
o el asombro.
Sólo las ciudades
y sus barriadas alienígenas,
la eterna periferia en la que mi gente,
resignada y pacífica,
extraviada,
pierde el tiempo
y la vida.
Ahora es la hora.
Apenas queda tiempo
porque se acerca el tiempo
de devorar el tiempo a dentelladas.
Y vi un Ángel poderoso que proclamaba con fuerte voz:
"¿Quién es digno de abrir el libro y soltar sus sellos?"
Pero nadie era capaz, ni en el cielo, ni en la tierra, ni bajo tierra,
de abrir el libro y leerlo.
(APOCALIPSIS, 5, 2-3)
Sólo tenemos el tiempo
que nos convierte en piedras olvidadas.
Pasajeros de esta época
manchada de sangre,
viajamos sin fe, sin ilusiones,
sin patria, sin dioses.
Sólo arena, sólo cemento,
sólo mar sucio,
sólo cristal y acero.
Sólo ojos vacíos,
solitarios días vacíos,
tantos por ciento,
bocas con hambre.
Sólo el odio, la rabia
o el asombro.
Sólo las ciudades
y sus barriadas alienígenas,
la eterna periferia en la que mi gente,
resignada y pacífica,
extraviada,
pierde el tiempo
y la vida.
Ahora es la hora.
Apenas queda tiempo
porque se acerca el tiempo
de devorar el tiempo a dentelladas.
EVANGELIO EN LLAMAS
Quién lea este poema que no duerma.
Quién oiga esta canción que no respire.
Porque no traigo el silencio
sino el grito.
Soy el portador de las malas noticias.
El que certifica las heridas.
El que despierta.
No traigo la resignación
sino la furia.
Para no envilecerme,
mi escritura es amarga.
No canto al mar
sino a la nave que lo cruza.
Velero, cayuco, acorazado.
O rebelde, insurgente, combatiente.
Así, línea a línea,
te asalto en tu sillón favorito
con miles de pieles tatuando mi alma.
Con tinieblas.
Con torturas.
Con huesos rotos en oscuras comisarías.
Con hambre.
Con Sida.
Entre tus manos
este poema desnudo como el odio.
Hablo de mis hermanas.
Hablo de mis hermanos.
No traigo perfumes de ciruela
ni flores de mandarava,
sino un bálsamo de sangre y de ceniza.
De desnutrición.
De desesperación.
De gasolina.
No traigo afeites, ni carmín,
ni metáforas vacías,
sino Sur y pobreza.
Oye la ferocidad del mundo,
del tiempo,
del horror y la miseria.
Inhala el aire enrarecido de los esclavos:
te traigo la lucidez y la tristeza.
No traigo la luz
sino el fuego.
Hablo de mis hermanas.
Hablo de mis hermanos.
No traigo la paz
sino la espada.
Pues los dioses saben el futuro; los hombres, el presente;
y los sabios lo que se avecina.
(FILOSTRATO, Vida de Apolonio de Tiana)
Quién lea este poema que no duerma.
Quién oiga esta canción que no respire.
Porque no traigo el silencio
sino el grito.
Soy el portador de las malas noticias.
El que certifica las heridas.
El que despierta.
No traigo la resignación
sino la furia.
Para no envilecerme,
mi escritura es amarga.
No canto al mar
sino a la nave que lo cruza.
Velero, cayuco, acorazado.
O rebelde, insurgente, combatiente.
Así, línea a línea,
te asalto en tu sillón favorito
con miles de pieles tatuando mi alma.
Con tinieblas.
Con torturas.
Con huesos rotos en oscuras comisarías.
Con hambre.
Con Sida.
Entre tus manos
este poema desnudo como el odio.
Hablo de mis hermanas.
Hablo de mis hermanos.
No traigo perfumes de ciruela
ni flores de mandarava,
sino un bálsamo de sangre y de ceniza.
De desnutrición.
De desesperación.
De gasolina.
No traigo afeites, ni carmín,
ni metáforas vacías,
sino Sur y pobreza.
Oye la ferocidad del mundo,
del tiempo,
del horror y la miseria.
Inhala el aire enrarecido de los esclavos:
te traigo la lucidez y la tristeza.
No traigo la luz
sino el fuego.
Hablo de mis hermanas.
Hablo de mis hermanos.
No traigo la paz
sino la espada.
HE VENIDO A ARRANCARTE EL CORAZÓN
He venido a arrancarte el corazón.
A humedecer tus párpados con ceniza y con saliva.
He venido a traerte un pálpito en las entrañas,
el vacío de un cielo abandonado por los dioses,
una mirada lúcida y violenta,
los sonidos que laten en ritmos ajenos.
Soy el que anota lo que fluye,
el escriba de tus lágrimas,
el portador de las palabras.
He venido a probar tu valía,
a transformar tu esperanza en fuego,
a consumirte en una llama en movimiento.
Te espero en el camino de Damasco,
en la línea del basta,
en la frontera del sueño.
He venido a traerte la ternura,
la claridad insomne de la conciencia,
el insoportable dolor humano.
Soy el que abre tu pecho,
el que escruta tu alma,
el que te susurra lo venidero.
He venido a arrancarte la empatía y el desconsuelo.
La ferocidad, el hambre, el vuelo.
He venido a arrancarte el corazón.
He venido a arrancarte el corazón.
A humedecer tus párpados con ceniza y con saliva.
He venido a traerte un pálpito en las entrañas,
el vacío de un cielo abandonado por los dioses,
una mirada lúcida y violenta,
los sonidos que laten en ritmos ajenos.
Soy el que anota lo que fluye,
el escriba de tus lágrimas,
el portador de las palabras.
He venido a probar tu valía,
a transformar tu esperanza en fuego,
a consumirte en una llama en movimiento.
Te espero en el camino de Damasco,
en la línea del basta,
en la frontera del sueño.
He venido a traerte la ternura,
la claridad insomne de la conciencia,
el insoportable dolor humano.
Soy el que abre tu pecho,
el que escruta tu alma,
el que te susurra lo venidero.
He venido a arrancarte la empatía y el desconsuelo.
La ferocidad, el hambre, el vuelo.
He venido a arrancarte el corazón.
LOS DIENTES DE LA NOCHE
Llega la noche en espirales de humo
a arrinconarnos en nuestras diminutas satrapías.
Una incertidumbre ronda en la atmósfera deshabitada.
Los fantasmas acechan en los pasillos del alma,
mientras la angustia se agolpa en la boca del estómago.
Largas jornadas grises de esclavos aturdidos
y noches amargas de contabilidades tristes.
Desgarrados por la batalla entre los besos y el insomnio,
nos vestimos con la coraza de los lacedemonios,
nos ungimos con pasta de dientes,
hacemos ofrendas al despertador que nos marca
dormir en turnos de galera.
Día tras día nos alquilamos como mercancías
para las que no hay ternura sino cuerda,
el olvido en alas de un péndulo.
Aspiro el humo en espirales oscuras.
Anoto estas palabras con sangre diluida.
Es la noche un zumbido persistente, un único latido,
una derrota quebrantada en signos.
Se desvanece la esperanza en un surco infinito,
en un canal de Marte, en el lecho de un río.
Las sábanas son la puerta del infierno:
qué solos de uno en uno,
qué solos de una en uno,
que largo el silencio entreabierto,
que mudos los gritos en habitaciones vacías.
Acecha la noche con su velo de humo.
Nos giramos hacia el lado del corazón
para abrir el costado al ángel del sueño,
a los latidos de la ciudad que rechina,
a las listas necesarias y los recuentos perdidos.
Un túnel turbio se abre paso en las tinieblas,
la fría presencia de un dios sombrío
que marca la gastada ruta
en la que eternamente nos vemos perdidos,
mientras nos deslizamos en una trinchera de frazadas
como en un refugio nuclear
o un acorazado submarino.
En el océano de la noche naufragamos.
Nos hundimos como guerreros desolados
esperando solitarios la redención del alba,
que llegue de nuevo el día
como un invencible martillo de fuego.
Demos olvido a aquel tiempo de tinieblas.
(FLAVIO CLAUDIO JULIANO, el Apóstata)
a arrinconarnos en nuestras diminutas satrapías.
Una incertidumbre ronda en la atmósfera deshabitada.
Los fantasmas acechan en los pasillos del alma,
mientras la angustia se agolpa en la boca del estómago.
Largas jornadas grises de esclavos aturdidos
y noches amargas de contabilidades tristes.
Desgarrados por la batalla entre los besos y el insomnio,
nos vestimos con la coraza de los lacedemonios,
nos ungimos con pasta de dientes,
hacemos ofrendas al despertador que nos marca
dormir en turnos de galera.
Día tras día nos alquilamos como mercancías
para las que no hay ternura sino cuerda,
el olvido en alas de un péndulo.
Aspiro el humo en espirales oscuras.
Anoto estas palabras con sangre diluida.
Es la noche un zumbido persistente, un único latido,
una derrota quebrantada en signos.
Se desvanece la esperanza en un surco infinito,
en un canal de Marte, en el lecho de un río.
Las sábanas son la puerta del infierno:
qué solos de uno en uno,
qué solos de una en uno,
que largo el silencio entreabierto,
que mudos los gritos en habitaciones vacías.
Acecha la noche con su velo de humo.
Nos giramos hacia el lado del corazón
para abrir el costado al ángel del sueño,
a los latidos de la ciudad que rechina,
a las listas necesarias y los recuentos perdidos.
Un túnel turbio se abre paso en las tinieblas,
la fría presencia de un dios sombrío
que marca la gastada ruta
en la que eternamente nos vemos perdidos,
mientras nos deslizamos en una trinchera de frazadas
como en un refugio nuclear
o un acorazado submarino.
En el océano de la noche naufragamos.
Nos hundimos como guerreros desolados
esperando solitarios la redención del alba,
que llegue de nuevo el día
como un invencible martillo de fuego.
POBREZA EN ALAS
Vivimos demasiado lejos, demasiado abajo,
en tierras que se pudren
como una postal tirada a la basura.
Nacemos, damos tumbos, morimos,
Entregamos el aliento a números y casillas.
Somos la masa que contiene las lágrimas,
que sobrevive entre los trazos de planes ajenos.
He aquí a los míos:
los que miran el suelo siguiendo huellas vacías,
los que apenas están y existen ausentes,
los rotos, cada mañana recompuestos.
Están hechos de la sustancia de las herramientas,
del metal mil veces golpeado,
de desconsuelo y celebraciones familiares,
de huidas perpetuas y miradas calladas.
Están hechos de barro y de caricias,
de sudor, de aguardiente y de tabaco.
Persisten
sobre la piedra angular de la carne,
sobre el acecho de las mareas,
sobre el vértigo de los barrancos.
Late su sangre en impulsos amargos,
al compás de las semanas y los semáforos.
A veces cantan. Sus voces
ahuyentan los maleficios. Vibra
una esperanza obstinada en sus gargantas.
Cantan y son dueños del aire y del sonido.
Construyen el mundo. Como yo construyo
sueños para alimentarles.
En su casa, en su humilde sala,
se han instalado los abaceros para cambiar
el oro de su alma por fatigas interminables,
por dioses, leyes, órganos judiciales,
por televisión y baratijas.
Yo les hablo de la posición del arquero.
De la aljaba, de la cuerda, de la flecha,
de la diana convertida en un espejo.
Traduzco su pesadumbre en certeza,
descifro los signos del siglo,
explico las señales estelares.
Aguardo el tiempo.
Los veo desventurados y pálidos,
a la deriva en amaneceres programados.
Tiernos. Débiles. Obstinados.
Una multitud informe que surge
de los barrios periféricos,
un ejército terrible en los arrabales.
Estoy hecho de sus mismos materiales.
De mar. De tierra. De pobreza.
Con ellos me muevo, respiro, me alimento.
Son mi círculo de hierro,
mi sangre, mi piel, mi llanto.
Yo también trabajo, palpito, deseo,
toso, escupo, maldigo.
La furia en que vive mi espada
está templada en su mismo fuego.
Vivimos demasiado lejos, demasiado abajo,
en tierras que se pudren
como una postal tirada a la basura.
Nacemos, damos tumbos, morimos,
Entregamos el aliento a números y casillas.
Somos la masa que contiene las lágrimas,
que sobrevive entre los trazos de planes ajenos.
He aquí a los míos:
los que miran el suelo siguiendo huellas vacías,
los que apenas están y existen ausentes,
los rotos, cada mañana recompuestos.
Están hechos de la sustancia de las herramientas,
del metal mil veces golpeado,
de desconsuelo y celebraciones familiares,
de huidas perpetuas y miradas calladas.
Están hechos de barro y de caricias,
de sudor, de aguardiente y de tabaco.
Persisten
sobre la piedra angular de la carne,
sobre el acecho de las mareas,
sobre el vértigo de los barrancos.
Late su sangre en impulsos amargos,
al compás de las semanas y los semáforos.
A veces cantan. Sus voces
ahuyentan los maleficios. Vibra
una esperanza obstinada en sus gargantas.
Cantan y son dueños del aire y del sonido.
Construyen el mundo. Como yo construyo
sueños para alimentarles.
En su casa, en su humilde sala,
se han instalado los abaceros para cambiar
el oro de su alma por fatigas interminables,
por dioses, leyes, órganos judiciales,
por televisión y baratijas.
Yo les hablo de la posición del arquero.
De la aljaba, de la cuerda, de la flecha,
de la diana convertida en un espejo.
Traduzco su pesadumbre en certeza,
descifro los signos del siglo,
explico las señales estelares.
Aguardo el tiempo.
Los veo desventurados y pálidos,
a la deriva en amaneceres programados.
Tiernos. Débiles. Obstinados.
Una multitud informe que surge
de los barrios periféricos,
un ejército terrible en los arrabales.
Estoy hecho de sus mismos materiales.
De mar. De tierra. De pobreza.
Con ellos me muevo, respiro, me alimento.
Son mi círculo de hierro,
mi sangre, mi piel, mi llanto.
Yo también trabajo, palpito, deseo,
toso, escupo, maldigo.
La furia en que vive mi espada
está templada en su mismo fuego.
COMBATIENTES
No sienten melancolía.
Habitan el futuro rodeados
de ciudad y mensajes enemigos.
Vienen del profundo Sur
descalzo y aparcero.
De una infancia pobre
de cuevas y cuarterías.
Son la gente sin rostro
en calles sin nombre,
hombres y mujeres sin otra forma
que su número anónimo de masa.
A nadie importan sus sueños,
sus miedos, sus dormitorios
donde se acumulan
su soledad y su fatiga.
Con el alba
empaquetan tomates,
limpian habitaciones,
sirven copas,
se balancean en los andamios,
enseñan a los niños,
se alinean en hileras densas.
Se aferran a mi alma.
Me llevan y me traen,
me entran y me sacan,
me empujan y me arrastran,
me exigen y me arrebatan,
me desenvainan y me empuñan
como un martillo de palabras.
Crece la voz. Su voz.
Se verifica lo cierto en lo sonoro,
el tañido terrible del tiempo venidero,
de esta gente que llega
a la autopista de la historia
sin permisos, sin remordimientos,
sin papeles.
Crece su voz en mi garganta:
quisiera callar, pero no puedo.
No sienten melancolía.
Habitan el futuro rodeados
de ciudad y mensajes enemigos.
Vienen del profundo Sur
descalzo y aparcero.
De una infancia pobre
de cuevas y cuarterías.
Son la gente sin rostro
en calles sin nombre,
hombres y mujeres sin otra forma
que su número anónimo de masa.
A nadie importan sus sueños,
sus miedos, sus dormitorios
donde se acumulan
su soledad y su fatiga.
Con el alba
empaquetan tomates,
limpian habitaciones,
sirven copas,
se balancean en los andamios,
enseñan a los niños,
se alinean en hileras densas.
Se aferran a mi alma.
Me llevan y me traen,
me entran y me sacan,
me empujan y me arrastran,
me exigen y me arrebatan,
me desenvainan y me empuñan
como un martillo de palabras.
Crece la voz. Su voz.
Se verifica lo cierto en lo sonoro,
el tañido terrible del tiempo venidero,
de esta gente que llega
a la autopista de la historia
sin permisos, sin remordimientos,
sin papeles.
Crece su voz en mi garganta:
quisiera callar, pero no puedo.
GÓLGOTA
Me han alcanzado los disparos
de un helicóptero artillado en Al Anbar.
He sido electrocutado
en una penitenciaría de Houston.
Un obús de mortero
me ha volado la cabeza en Faluya.
Me he ahogado en el Atlántico
camino de las costas europeas.
Me ha vencido la sed
cruzando el Río Grande.
Una bomba inteligente
me ha reducido a carne quemada
en Beirut.
He caído al vacío
desde los andamios de una subcontrata.
Me han asesinado selectivamente
en Gaza.
Veinte balas me han destrozado el pecho
en Medellín.
El hambre ha acabado conmigo
en las planicies de Tinduf.
El Sida me ha vencido
en Durban.
He muerto abandonado en el pasillo
de Urgencias de un hospital canario.
El olvido
es la lanza en el costado.
Y él, cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota.
(JUAN 19,17)
Me han alcanzado los disparos
de un helicóptero artillado en Al Anbar.
He sido electrocutado
en una penitenciaría de Houston.
Un obús de mortero
me ha volado la cabeza en Faluya.
Me he ahogado en el Atlántico
camino de las costas europeas.
Me ha vencido la sed
cruzando el Río Grande.
Una bomba inteligente
me ha reducido a carne quemada
en Beirut.
He caído al vacío
desde los andamios de una subcontrata.
Me han asesinado selectivamente
en Gaza.
Veinte balas me han destrozado el pecho
en Medellín.
El hambre ha acabado conmigo
en las planicies de Tinduf.
El Sida me ha vencido
en Durban.
He muerto abandonado en el pasillo
de Urgencias de un hospital canario.
El olvido
es la lanza en el costado.
HERMENÉUTICA
Aún no sé por qué me amas.
Qué extraño pálpito
te hace cruzar las líneas enemigas
para llegar al territorio de mi boca
atravesando estas trincheras desoladas.
Aún no sé por qué me amas.
Por qué te adentras en mis arenas movedizas
para alcanzar un destello,
apenas un soplo de ternura,
un instante en medio de la niebla.
Nada tengo que ofrecerte.
Sólo el perenne viento de octubre
que barre las calles de mi alma.
Sólo el fuego devastador
que me consume.
Aún no sé por qué me amas.
Por qué apuras
la letal condición del excluido,
la clandestinidad de la piel,
el silencio de un abrazo,
este amargo licor macerado en palabras.
Aún no sé por qué.
Me amas.
Aún no sé por qué me amas.
Qué extraño pálpito
te hace cruzar las líneas enemigas
para llegar al territorio de mi boca
atravesando estas trincheras desoladas.
Aún no sé por qué me amas.
Por qué te adentras en mis arenas movedizas
para alcanzar un destello,
apenas un soplo de ternura,
un instante en medio de la niebla.
Nada tengo que ofrecerte.
Sólo el perenne viento de octubre
que barre las calles de mi alma.
Sólo el fuego devastador
que me consume.
Aún no sé por qué me amas.
Por qué apuras
la letal condición del excluido,
la clandestinidad de la piel,
el silencio de un abrazo,
este amargo licor macerado en palabras.
Aún no sé por qué.
Me amas.
EN EL LADO EQUIVOCADO
Nací en el lado equivocado del mundo.
A destiempo.
En una geografía errónea.
Bautizado en pobreza y desconsuelo
habito
en una nación derrotada.
Visto el uniforme
de un ejército perdido.
Mi gente está
en el lado oscuro del Universo.
Y, sin embargo,
sigo marchando feroz, convencido
de que nada es eterno,
ni siquiera la barbarie.
Hasta que cambien los tiempos,
hasta que en esta guerra
cambie el curso de la batalla,
aquí resistimos,
armados de luz y de conciencia.
Ve extranjero y dile a los espartanos que aquí hemos caído, obedeciendo sus mandatos.
(SIMÓNIDES DE CREOS)
Nací en el lado equivocado del mundo.
A destiempo.
En una geografía errónea.
Bautizado en pobreza y desconsuelo
habito
en una nación derrotada.
Visto el uniforme
de un ejército perdido.
Mi gente está
en el lado oscuro del Universo.
Y, sin embargo,
sigo marchando feroz, convencido
de que nada es eterno,
ni siquiera la barbarie.
Hasta que cambien los tiempos,
hasta que en esta guerra
cambie el curso de la batalla,
aquí resistimos,
armados de luz y de conciencia.
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Si alguna vez lees esto
piensa que se escribió en tu nombre.
Quién trazaba la caligrafía
amaba y odiaba
como tú amas y odias.
Si alguna vez lees esto
recuerda que padecía como tú,
que soportaba los mismos dolores,
que sentía la misma soledad,
la misma necesidad de amor,
el mismo miedo.
Si alguna vez lees esto
imagina el corazón volcado en una libreta,
el silencio de la noche,
la desesperación trazada en versos.
Para llegar a ti
he vencido al tiempo.
Si alguna vez lees esto
piensa que se escribió en tu nombre.
Quién trazaba la caligrafía
amaba y odiaba
como tú amas y odias.
Si alguna vez lees esto
recuerda que padecía como tú,
que soportaba los mismos dolores,
que sentía la misma soledad,
la misma necesidad de amor,
el mismo miedo.
Si alguna vez lees esto
imagina el corazón volcado en una libreta,
el silencio de la noche,
la desesperación trazada en versos.
Para llegar a ti
he vencido al tiempo.
MANTENTE AL MARGEN
No escuches mis palabras.
No sientas mi ausencia.
No esperes que exista.
No sientas mi furia.
No escuches mis palabras.
No sigas mi ritmo.
No bebas mi copa.
No camines mi camino.
Giraremos en torbellino.
No beses mis labios.
No escuches mis palabras.
No leas lo que escribo.
No escuches mis palabras.
No sientas mi ausencia.
No esperes que exista.
No sientas mi furia.
No escuches mis palabras.
No sigas mi ritmo.
No bebas mi copa.
No camines mi camino.
Giraremos en torbellino.
No beses mis labios.
No escuches mis palabras.
No leas lo que escribo.
VÉRTIGO
En algún momento elegimos
la forma que damos a nuestra existencia:
dejarnos arrastrar por las calles polvorientas
o cegados por la consciencia
mirar el Abismo.
He venido a decirte
que no tienes nada que perder.
En algún momento elegimos
la forma que damos a nuestra existencia:
dejarnos arrastrar por las calles polvorientas
o cegados por la consciencia
mirar el Abismo.
He venido a decirte
que no tienes nada que perder.
GENTE PELIGROSA
La mujer que se levanta antes de que amanezca
para hacer las camas
y limpiar el baño a otro.
El tipo que sube a las alturas
a construir la casa que no habitará.
Mi hermana que empaqueta fruta
con destino a otras gentes
y otro continente.
El estudiante destinado a vender su talento
en el bazar de esclavos de mil euros.
Son todos gente peligrosa.
Por eso les toman las huellas dactilares.
Por eso adoctrinan a sus hijos en las escuelas.
Por eso arman a policías y soldados.
Por eso los jueces cultivan la Injusticia.
La mujer que se levanta antes de que amanezca
para hacer las camas
y limpiar el baño a otro.
El tipo que sube a las alturas
a construir la casa que no habitará.
Mi hermana que empaqueta fruta
con destino a otras gentes
y otro continente.
El estudiante destinado a vender su talento
en el bazar de esclavos de mil euros.
Son todos gente peligrosa.
Por eso les toman las huellas dactilares.
Por eso adoctrinan a sus hijos en las escuelas.
Por eso arman a policías y soldados.
Por eso los jueces cultivan la Injusticia.
REBELIÓN A BORDO
Hemos sido condenados
a remar en la galera de los miserables,
los que no cuentan,
aquellos que no merecen ser contados.
Envejecen nuestros corazones
al ritmo sordo de las palas.
No hay otra nave para nosotros.
Defendamos al capitán:
éste es el mejor de los buques posible.
Se acelera el batir del tambor:
hay que interceptar a los bárbaros del Sur,
los ilotas que cruzan el océano,
los que pueden vernos
y transformar nuestras vidas para siempre.
Que no nos confundan con ellos.
Son miserables de inferior categoría:
que nadie nos vea mendigar juntos.
Pero en lo hondo de la sentina
y en los alrededores del castillo de popa
comienza a extenderse un rumor sordo.
El armador se siente incómodo.
El capitán se dirige a nosotros.
¡Rememos, rememos!
¡El bienestar del navío está en peligro!
¡Rememos, rememos!
¡Estos piratas quieren apoderarse
de la galera que es de todos!
¡Tambor, más ritmo!
Pero ya no remamos.
Ahora miramos.
Nos reconocemos.
Empuño la daga que me ha pasado
el hombre de mi izquierda.
Esta vez la sangre correrá por la cubierta.
Se ha dado la orden de asesinar al miedo.
Hemos sido condenados
a remar en la galera de los miserables,
los que no cuentan,
aquellos que no merecen ser contados.
Envejecen nuestros corazones
al ritmo sordo de las palas.
No hay otra nave para nosotros.
Defendamos al capitán:
éste es el mejor de los buques posible.
Se acelera el batir del tambor:
hay que interceptar a los bárbaros del Sur,
los ilotas que cruzan el océano,
los que pueden vernos
y transformar nuestras vidas para siempre.
Que no nos confundan con ellos.
Son miserables de inferior categoría:
que nadie nos vea mendigar juntos.
Pero en lo hondo de la sentina
y en los alrededores del castillo de popa
comienza a extenderse un rumor sordo.
El armador se siente incómodo.
El capitán se dirige a nosotros.
¡Rememos, rememos!
¡El bienestar del navío está en peligro!
¡Rememos, rememos!
¡Estos piratas quieren apoderarse
de la galera que es de todos!
¡Tambor, más ritmo!
Pero ya no remamos.
Ahora miramos.
Nos reconocemos.
Empuño la daga que me ha pasado
el hombre de mi izquierda.
Esta vez la sangre correrá por la cubierta.
Se ha dado la orden de asesinar al miedo.
ALGO NOS DELATA
Hay un viejo dolor cargado de cicatrices.
De señores feudales con hiperglucemia
y patronos abusadores y gotosos.
De violaciones, esclavitudes y pobreza.
Hay una angustia de siglos.
La constitución de la derrota.
Cervicales hundidas en genuflexiones mitocondriales.
La desesperanza que trepa
como una hiedra que se apodera de nuestros corazones.
Ungidos de temor y desconsuelo
fluctuamos arrinconados en mareas de rutina.
Nuestros ojos miran vacíos
a un espejo en que no nos reconocemos.
Errantes deambulamos en largas jornadas sin respuesta
por los subterráneos de un mundo
al que nos ha sido prohibido el acceso.
Somos la sordomuda maquinaria de carne,
máscaras intercambiables en una muchedumbre diluída
vomitada día a día en ciudades ajenas.
Nos movemos sobre largas cintas de asfalto,
sobre planes perpetuamente quebrados,
sobre esquirlas de sueños consumidos,
sobre ilusiones que se estiran sin encontrar la suerte.
Indecisos, obedecemos todas las señales.
Portamos rostros y relojes.
Torcidamente miramos de reojo
a los que se empeñan el levantar los velos,
en romper la pantalla plana en que nos deslizamos,
en señalar abismos y montañas:
los marcadamente extraños y peligrosos.
Hay un hueco sin ellos, no obstante.
La sensación del pedernal que se enfría.
Un moho apagado en nuestro latido.
La magua de algo más fiero.
Persiste un vacío en nuestra alma.
Una grandeza ahogada entre facturas.
Una trascendencia que vela agazapada.
Algo eternamente invencible y sostenido.
De vez en cuando nos asalta el aroma de otra cosa,
de otro mundo, de otra vida, de otro latido.
El perentorio deseo de alcanzar lo inalcanzable.
La irrefrenable necesidad de cruzar todos los puentes.
De estremecernos entonando una canción de sangre.
Hay un viejo dolor que nos llama.
Una sed atávica y persistente
que ya no puede permanecer proscrita.
De señores feudales con hiperglucemia
y patronos abusadores y gotosos.
De violaciones, esclavitudes y pobreza.
Hay una angustia de siglos.
La constitución de la derrota.
Cervicales hundidas en genuflexiones mitocondriales.
La desesperanza que trepa
como una hiedra que se apodera de nuestros corazones.
Ungidos de temor y desconsuelo
fluctuamos arrinconados en mareas de rutina.
Nuestros ojos miran vacíos
a un espejo en que no nos reconocemos.
Errantes deambulamos en largas jornadas sin respuesta
por los subterráneos de un mundo
al que nos ha sido prohibido el acceso.
Somos la sordomuda maquinaria de carne,
máscaras intercambiables en una muchedumbre diluída
vomitada día a día en ciudades ajenas.
Nos movemos sobre largas cintas de asfalto,
sobre planes perpetuamente quebrados,
sobre esquirlas de sueños consumidos,
sobre ilusiones que se estiran sin encontrar la suerte.
Indecisos, obedecemos todas las señales.
Portamos rostros y relojes.
Torcidamente miramos de reojo
a los que se empeñan el levantar los velos,
en romper la pantalla plana en que nos deslizamos,
en señalar abismos y montañas:
los marcadamente extraños y peligrosos.
Hay un hueco sin ellos, no obstante.
La sensación del pedernal que se enfría.
Un moho apagado en nuestro latido.
La magua de algo más fiero.
Persiste un vacío en nuestra alma.
Una grandeza ahogada entre facturas.
Una trascendencia que vela agazapada.
Algo eternamente invencible y sostenido.
De vez en cuando nos asalta el aroma de otra cosa,
de otro mundo, de otra vida, de otro latido.
El perentorio deseo de alcanzar lo inalcanzable.
La irrefrenable necesidad de cruzar todos los puentes.
De estremecernos entonando una canción de sangre.
Hay un viejo dolor que nos llama.
Una sed atávica y persistente
que ya no puede permanecer proscrita.
IMPUESTO DE SANGRE
Cinco familias por cada tonelada:
mercancías en la balanza de hierro.
De este viejo óxido está hecha nuestra sangre,
sobrevenida en barranqueras de tristeza y de espanto.
Aún nos circula en las venas una marea oscura
en la que naufraga nuestra alma de esclavos:
fallecimos en la infancia sobre pupitres sucios
con las pesadas cadenas de una pedagogía perversa.
Muertos por dentro,
hemos perdido la facultad del habla,
atados como bultos en resignación y en silencio.
Con sus extrañas vestimentas, los sacerdotes
nos administraban la angustia en obleas de culpa.
Nuestras pobres esperanzas eran todas pecado
y el pulso vital en nuestros corazones
y en nuestros órganos sexuales
fue revestido de mentiras, de sacramentos,
de cíngulos, correajes, crucifijos, cálices.
Sin embargo, algo tenaz resistía en el fondo.
Una pulsión velaba entre la oscuridad y el miedo.
Un relámpago confuso que avisaba de que,
perdidos como estábamos,
pese a todo, éramos.
Una fiera libre y extraña al acecho
de los dueños del mundo, grises y crueles.
Y esperábamos.
Esperamos un soplo, un sonido, una flecha.
Aquello que nos aleje de la somnolencia y del insomnio.
Una señal que nos aparte del naufragio.
Una voz que espante el frío.
Algo que nos recupere cálidos y humanos.
Como fantasmas en una costa desolada,
esperamos a ser rescatados de la soledad y el olvido.
A veces escuchamos pasos.
O rumores de sal. O aromas de orgullo.
Tememos ser diezmados en nuestras madrigueras,
atraer la mirada de los poderosos.
Y contemplamos el mar
por dónde vino la desventura,
por dónde huimos en alas de espuma.
El mar que respiramos como el dolor
que sentimos en el pecho,
en las largas cicatrices de la espalda,
en nuestros sueños barridos por el viento.
Algunos de nosotros buscamos
un bálsamo de furia, una caricia.
Emergemos de la cárcel uniforme,
de la vida programada en códigos de barras,
de los registros escritos con tinta indeleble,
del túnel interminable de los títulos de propiedad,
de las actas notariales,
de los juzgados tenebrosos.
Tocados por el relámpago en esta noche
de relojes marchitos y leyes amargas,
crece en nosotros la insurrección y la duda,
la desconfianza hacia el poder y los semáforos.
Contemplamos las administraciones
con miradas de bayoneta,
con ojos de machete desenvainado,
con la ensoñación de un día diferente.
Y pagamos también nuestro impuesto de sangre,
nuestro tasa de pobreza,
nuestro tributo de desprecio,
la lucidez invencible de la verdad a secas.
En cada latido pagamos
el arrojo que nos fue arrebatado.
El coraje cercenado en el vientre materno.
El precio de una vida chocando contra el muro.
Pero nosotros golpeamos.
Una y otra vez golpeamos.
Aullamos. Lloramos. Persistimos.
Somos acero encarnado.
La decantación de la hemoglobina.
La primavera en espinas.
La sangre carmesí de los esclavos.
La ola que viene encendida.
Cinco familias por cada tonelada:
mercancías en la balanza de hierro.
De este viejo óxido está hecha nuestra sangre,
sobrevenida en barranqueras de tristeza y de espanto.
Aún nos circula en las venas una marea oscura
en la que naufraga nuestra alma de esclavos:
fallecimos en la infancia sobre pupitres sucios
con las pesadas cadenas de una pedagogía perversa.
Muertos por dentro,
hemos perdido la facultad del habla,
atados como bultos en resignación y en silencio.
Con sus extrañas vestimentas, los sacerdotes
nos administraban la angustia en obleas de culpa.
Nuestras pobres esperanzas eran todas pecado
y el pulso vital en nuestros corazones
y en nuestros órganos sexuales
fue revestido de mentiras, de sacramentos,
de cíngulos, correajes, crucifijos, cálices.
Sin embargo, algo tenaz resistía en el fondo.
Una pulsión velaba entre la oscuridad y el miedo.
Un relámpago confuso que avisaba de que,
perdidos como estábamos,
pese a todo, éramos.
Una fiera libre y extraña al acecho
de los dueños del mundo, grises y crueles.
Y esperábamos.
Esperamos un soplo, un sonido, una flecha.
Aquello que nos aleje de la somnolencia y del insomnio.
Una señal que nos aparte del naufragio.
Una voz que espante el frío.
Algo que nos recupere cálidos y humanos.
Como fantasmas en una costa desolada,
esperamos a ser rescatados de la soledad y el olvido.
A veces escuchamos pasos.
O rumores de sal. O aromas de orgullo.
Tememos ser diezmados en nuestras madrigueras,
atraer la mirada de los poderosos.
Y contemplamos el mar
por dónde vino la desventura,
por dónde huimos en alas de espuma.
El mar que respiramos como el dolor
que sentimos en el pecho,
en las largas cicatrices de la espalda,
en nuestros sueños barridos por el viento.
Algunos de nosotros buscamos
un bálsamo de furia, una caricia.
Emergemos de la cárcel uniforme,
de la vida programada en códigos de barras,
de los registros escritos con tinta indeleble,
del túnel interminable de los títulos de propiedad,
de las actas notariales,
de los juzgados tenebrosos.
Tocados por el relámpago en esta noche
de relojes marchitos y leyes amargas,
crece en nosotros la insurrección y la duda,
la desconfianza hacia el poder y los semáforos.
Contemplamos las administraciones
con miradas de bayoneta,
con ojos de machete desenvainado,
con la ensoñación de un día diferente.
Y pagamos también nuestro impuesto de sangre,
nuestro tasa de pobreza,
nuestro tributo de desprecio,
la lucidez invencible de la verdad a secas.
En cada latido pagamos
el arrojo que nos fue arrebatado.
El coraje cercenado en el vientre materno.
El precio de una vida chocando contra el muro.
Pero nosotros golpeamos.
Una y otra vez golpeamos.
Aullamos. Lloramos. Persistimos.
Somos acero encarnado.
La decantación de la hemoglobina.
La primavera en espinas.
La sangre carmesí de los esclavos.
La ola que viene encendida.
DETERMINACIÓN
Es la voluntad lo que vence
a los monstruos que nos obligan al olvido,
que nos asfixian
en pequeños fallecimientos cotidianos
teñidos de ceniza
o en muertes gigantes y vacías
impregnadas en vísceras y en sangre.
Es la voluntad de ser pese a todo,
por encima del pantano plagado
de caimanes adoradores de lo absurdo.
De pie, a rastras, a duras penas,
de cualquier modo, peleando:
la ingeniera, el albañil, la maestra,
que emergen del insomnio
en cayucos frágiles y audaces,
en naves de desesperación y de deseo.
Quién no se levanta no atraviesa los sueños,
no transita a la estatura humana,
no transforma la adolescencia en fuego,
no crece, no cruza, no gana.
He aquí que existimos.
Respiramos:
carne cálida, flemas, besos.
Hacemos frente a los depredadores
con una quijada, una idea o un machete.
Esta es la voluntad, la determinación, la fuerza.
Nunca más víctimas o esclavos.
Nunca más eclipse, gemido o acefalia.
Nunca más yunque, mula o masa.
Con el corazón, con el alma,
con los puños apretados.
Desde ahora, en todas direcciones.
Desde ahora, lúcidos y feroces.
Se puede quitar a un general su ejército, pero no a un hombre su voluntad.
(CONFUCIO)
Es la voluntad lo que vence
a los monstruos que nos obligan al olvido,
que nos asfixian
en pequeños fallecimientos cotidianos
teñidos de ceniza
o en muertes gigantes y vacías
impregnadas en vísceras y en sangre.
Es la voluntad de ser pese a todo,
por encima del pantano plagado
de caimanes adoradores de lo absurdo.
De pie, a rastras, a duras penas,
de cualquier modo, peleando:
la ingeniera, el albañil, la maestra,
que emergen del insomnio
en cayucos frágiles y audaces,
en naves de desesperación y de deseo.
Quién no se levanta no atraviesa los sueños,
no transita a la estatura humana,
no transforma la adolescencia en fuego,
no crece, no cruza, no gana.
He aquí que existimos.
Respiramos:
carne cálida, flemas, besos.
Hacemos frente a los depredadores
con una quijada, una idea o un machete.
Esta es la voluntad, la determinación, la fuerza.
Nunca más víctimas o esclavos.
Nunca más eclipse, gemido o acefalia.
Nunca más yunque, mula o masa.
Con el corazón, con el alma,
con los puños apretados.
Desde ahora, en todas direcciones.
Desde ahora, lúcidos y feroces.
TAC
La existencia es sólo una jornada
entre la nada y la nada.
Cuando llegue la noche
y el final se acerque,
que nos encuentre en pie como seres humanos.
Que no se diga que no hemos aprovechado el día.
Que la muerte llegue y nos encuentre viviendo.
Que llegue la muerte y nos encuentre peleando.
La existencia es sólo una jornada
entre la nada y la nada.
Cuando llegue la noche
y el final se acerque,
que nos encuentre en pie como seres humanos.
Que no se diga que no hemos aprovechado el día.
Que la muerte llegue y nos encuentre viviendo.
Que llegue la muerte y nos encuentre peleando.