sábado, 20 de noviembre de 2010

MANUAL DE LA ALEGRÍA


“Morí como mineral y me convertí en planta,
morí como planta y me levanté como animal.
Morí como animal y fui humano.
¿Por qué temer? ¿Cuando fui menos al morir?
Pero una vez más moriré humano,
para elevarme con los ángeles.
Y cuando sacrifique mi alma de ángel
seré lo que ninguna mente ha concebido.”

(Rumi Jalaluddin)




“Consigna:
arrancar la alegría a los días venideros.”

(Vladimir Maiakovski)






I

Guitarras, copas, besos, campanas:
sombras devoradas por los días, sólo sombras.
Tu imagen centellea en los ojos que amas,
pero sólo ven una caricatura.
No existe deidad alguna más allá
de los que la buscan desesperadamente.
El humo de las cocinas del infierno
nos impregna, pero no nos perturba.
Bebemos vino porque es preciso olvidar
que es este un mundo para el que somos olvido.
Borrachos caemos en la red de los labios
y en la flor de los funerales.
Embálsenme en vino y en mi nombre beban vino,
y con el vino recuérdenme, amigos.
Que se alcen las copas cuando este templo esté destruido
y en alcohol y perfume navegue
hacia el inmenso vacío.




II

El destino de mi corazón es el ser herido,
una y otra vez, cada instante, hasta el infinito.
¿Qué suplicio puedo temer del averno
si del paraíso sólo percibo ausencia?
En pecado persisto convertir mis acciones futuras
porque amo a los hombres y no a los dioses,
y ya sufro el castigo de la amargura y el desconsuelo
por las faltas innumerables que he cometido o cometeré.
Ninguna riqueza he obtenido del mundo,
ninguna gloria del fluir del tiempo:
soy una tea que arde de la nada a la nada,
sólo una copa rota en un páramo vacío.
Ni rezo ni oculto mis errores:
mi sello se romperá cuando duerma con el Universo.



III

Sin saber nada llegué a la existencia
y de nada servirá al partir cuanto haya aprendido.
A veces palpita la risa en mis lágrimas,
otras veces hay llanto cuando muestro los dientes.
Alegría y dolor son matices sanguinolentos
de la profunda tormenta que barre mi alma.
Un instante de gozo es lo único que importa,
los mil besos tallados en la piedra de mi cuerpo
que se disipan con las horas y los cigarros.

El sentido de la vida no me ha sido desvelado
y así amo a ciegas en un laberinto sombrío.



IV

En ciertos días, mi alma
arde prisionera por no saber embriagarse.
Ya no me ata el amor
ni me aterra la muerte:
sólo procuro conservar la cordura
ante el triunfo de la estulticia.

En verdad, no soy lo bastante sabio
para cambiar el mundo.



V

Treinta mil generaciones me anteceden
y sólo las cenizas quedan de sus sueños.
Ahora somos nosotros los que bebemos y comemos
y fornicamos recalcitrantes.
Borracho o héroe, yo también seré ceniza,
así que procuro perderme en labios y rosas
antes de que mi vida se esparza en el viento.
Los que ya no están no pueden hacerlo
y cualquier sufrimiento es inútil.
Gozo del amor mientras acontece la historia
y cien dioses dividen a los hombres.

Todo cuanto dicen son sólo palabras,
pero tu piel es verdadera y no necesita pretextos.



VI

Me acuesto entre las sábanas de la alegría
a disfrutar del placer y la quietud
mientras en tromba pasan las cosas del mundo.
Cuatro idiotas dirigen el planeta
considerando herejes a los que no somos sumisos
y dudamos de un cielo de eterno gozo, conscientes
de que un instante de placer con una muchacha hermosa
vale más que mil años en el paraíso.

Pero los orgasmos de ayer no me consuelan hoy:
por eso amo lo que fluye.



VII

En el sarcófago del ocaso me mezclo con los hombres,
ebrio de sus palabras, de sus gestos, de sus olores.
Entre la gente me desbordo, pero sólo ven
a aquel que ya no soy.
Vivo alerta pues me vigilan como a un ladrón
que viene a quitarles sus sueños diminutos
a cambio de ideas extrañas.
Pero sólo quiero apurar el néctar
de mi propia existencia antes de dormir con los reyes.
Carezco de religión y de esperanzas de ultratumba,
pero me regocijo porque aún late mi corazón
y puedo hundirme en los brazos de las mujeres que amo.

¿Dónde están los que ya se fueron?
Los dioses han muerto: yo he renacido.




VIII

He tenido la suerte de nacer como una tempestad
con los ojos abiertos para ver bien las cosas.
No obstante, me encadenan pesadas leyes
y polvorientos legajos en el registro de la propiedad.
Si desato mi fuerza, me tachan de loco.
Si me quedo quieto, sospechan que conspiro.
Por eso vivo sin ocuparme de nadie
y procuro que nadie se ocupe de mí.

Entre un momento y otro, gozo del presente
mientras se disipa el tiempo que me ha sido concedido.




IX

El tiempo es un enemigo implacable:
después de mí seguirá expandiéndose el Universo,
pero la gloria y los laureles volverán a la entropía.
No empezó el mundo cuando nacimos.
Tampoco se colapsará por nuestra ausencia.
Hoy por hoy tengo para comer y donde abrigarme
y no soy propiedad ni dueño de nadie.
La rueda de los deseos me va siendo ajena
y ya no me envenena la autocomplacencia de los imbéciles.
Para llegar a los hombres me he separado de ellos.
Sin embargo, aprecio su vino y su tabaco.



X

El núcleo de la galaxia no se conmueve
por la sangre de los reyes derramada en la tierra.
Los poderosos no hacen girar los planetas
y, a pesar de ello, se atreven a llamarte rebelde.

Pero tú nadas con la corriente y te deslizas con el viento,
y todo el infinito palpita para tu regocijo.




XI

Las mujeres amadas envejecen
y por eso las amo más todavía.
Yo también vuelo en el viento de la muerte
y son cada vez más preciosos los días que me quedan.
En un viejo barranco me he convertido:
fluyen por mí la vida y el esperma,
y por encima sólo tengo cielo.
No espero el mañana y respiro el ahora.
De nada me arrepiento, de nada presumo.
No reconozco otro idioma que el que yo he inventado:
camino con paso de tigre
por donde habitan las verdades verdaderas.



XII

Es mi hijo quien me ha elegido
y por eso son sus ojos los que dan luz al Universo.
No atesoro esperanza alguna, y a pesar de todo
él puede todavía conquistar el mundo,
liberar la patria, incendiar el corazón de los hombres,
o bien encontrar el silencio de los sabios.
Cuando se marche, jamás volverá.
Mañana será otro y nos convertiremos en extraños.
Por mucho que reflexione, no sabré cual será su destino.

Apura tu alegría, joven compañero,
antes de que te incauten el alma.
Tu vida fluirá más rápida que tus propósitos.
No sabes de dónde vienes, no sabes a dónde vas.
En eso precisamente consiste estar vivo:
que no te apene la incertidumbre
ni te aten los deseos.



XIII

He sido creado para las mujeres y las islas macaronésicas.
Por eso prefiero las prostitutas a los beatos:
al menos ellas son lo que parecen.
Tú que me lees,
no te enfades por estas cosas que escribo.
¿Qué importa lo que yo diga?
Hemos nacido entre esclavos
y después de nosotros, por mucho tiempo,
seguirán puestos los grilletes.
De nada sirve que te preocupes
agobiando tu alma con pensamientos ociosos.
Por el día, pasa tu tiempo alegremente.
Por la noche, respira las estrellas
que vuelven a llenar el firmamento.
Brinda con los amigos antes de que tu nombre desaparezca.
Narcotiza el nudo inmenso de la tristeza.
No te inquiete el futuro y desdeña el pasado:
es ahora cuando existimos
y respiramos.




XIV

Una vez me fue prometido un mañana
saturado de dicha y combatientes.
Ahora han desertado los amigos
y me han dejado las muchachas.
Todos estos tribunos, ¿que han creado?
Los planes y las gaviotas de nuestros sueños
han quedado en invenciones trazadas en el viento.

He aquí que lo que amamos nace sin cesar
y crece perpetuamente como un fuego indomable.




XV

Con las piedras que me arrojan los lapidadores
he construido esta torre.
Armado estoy ahora con pena y con deleite,
mientras el frío nocturno se estrella
en la tibieza de mi alma encendida.
Los que se pierden en rituales abyectos y jerarquías absurdas
jamás entenderán que sus días se deslizan
como la lluvia barranquera abajo.

No hay respuesta para sus preguntas.



XVI

Salvar el pellejo cada día ya es bastante.
El cansancio, el odio, el miedo o la resaca
provocan sueños de paraísos comprados por unas monedas.
Dinero fácil, deseos fáciles, vida fácil,
absurdas esperanzas de inmortalidad social.
Cócteles, recepciones, fiestas, primeras piedras,
posición, estatus, cocaína:
me estremezco
viendo el trabajo que cuesta ser imbécil.



XVII

Empapado en el tacto de la noche,
me uno a la furia de la ciudad y sus canciones.
Las máquinas voladoras dividen el cielo
como balas que marcan la muerte de alguien.
Ya he vuelto de los viajes nunca emprendidos
porque el principio está tan lejano como el fin.
Este camino no nos lleva a ningún sitio.
¿A qué apresurarse?
Y sin embargo, nuestras huellas nos persiguen obstinadas.
El infierno aún tiene pisos inferiores
y sótanos más profundos.
Hay infortunios que aún no he visitado.
No hay lugar en el que estemos a salvo.
Sólo el desierto nos lleva a alguna parte.



XVIII

Todos los lugares a los que has viajado
nunca han estado allí realmente,
jamás son lo que pudieron haber sido.
Por cada camino elegido hay una bifurcación desechada,
o cientos, que nunca recorriste,
otra cosa que pudiste haber hecho y no hiciste,
y otra palabra, otro silencio, otro gesto,
otra mujer que se cruzó en tu vida.
Dentro de ti, no obstante, cada cosa está en su sitio:
siempre cae una ligera llovizna en París,
y la muchacha que te sonreía en la guagua
y que nunca has vuelto a ver,
era, en realidad, la mujer perfecta.
Hemos sido atracados en el camino:
el viaje interior es el que importa.



XIX

Algunas cosas húmedas y desbocadas
se han adherido a mi alma como una enredadera solitaria,
como claves submarinas o laboratorios insomnes.
Aligerar el equipaje no es una tarea sencilla,
por eso ardo en el fuego de las noches sagradas
y palpita mi corazón con el dolor de las articulaciones.
Cuando era joven me sabía invulnerable
rodeado de libros, amigos y palabras.
Lo que parecía eterno ha dejado de serlo
y ahora soy otro distinto
al que está retratado en tu memoria,
aunque sea mi rostro el que recuerdes.

Me he reencarnado en este hombre extraño,
con una caligrafía extraña.




XX

Nada ha cambiado, pero ya nada es igual.
Hemos encontrado el final del túnel
para comprobar que es el comienzo de otro laberinto.
El amor es igual al resto de las cosas,
y los amigos no siempre son leales.
Nuestros poemas no cambian el mundo,
aunque a veces lo hagan más habitable.
Frente a nosotros, un jurado implacable,
un ejército acampado junto al mando a distancia,
una multitud incapaz de dar sentido a su existencia
pero decidida a toda costa a no cambiarla.
Es difícil llegar al corazón de los hombres
y, sin embargo, de vez en cuando,
algunas palabras son la chispa
que incendia las inmensas praderas de los corazones.

Por eso sigo escribiendo sobre el giro de la Galaxia,
los cuarenta mil niños que mueren cada día de hambre,
la continua expansión del Universo,
la claridad de la conciencia.




XXI

Escribes para la luz,
aunque estés retenido en sombras
que se niegan a apartarse al paso de tu rabia.
No eres distinto de esta gente anónima que espera la guagua,
cargada de insomnio, distancia, ruido.
Carne de olvido, has sido derrotado tantas veces
que tu pecho se ha convertido en una cota de malla.

Vives para la luz,
condenado entre sombras que se disipan
ante el brillo de tu espada.




XXII

En todas partes se percibe el miedo
de quienes claman a la deriva porque sus existencias
son singladuras tortuosas que no llevan a ningún puerto.
Nacimiento, muerte, renacimiento:
apenas empezamos a entender la ternura
y ya somos expulsados de la salvaje simplicidad de la infancia.
Pero cada día permite un trago de felicidad
y es cuestión de apurarlo hasta la última gota.

Recuérdalo cuando, entre las ruinas de esta civilización,
pases junto a un portal donde alguien llora.



XXIII

Somos puentes de soga tendidos sobre el abismo
balanceándonos ante el peligro de pasar al otro lado,
gentes de tránsito que habitamos el mundo
hundiéndonos perpetuamente en el crepúsculo.
Amo por eso a quienes se atreven a cruzar
cumpliendo resueltamente su destino,
sin buscar la protección de los dioses
sino la ascética virtud que nace en el interior
de un espíritu libre y un corazón libre,
y con desapego se encaminan decididos
hacia la otra orilla.



XXIV

Regalo mis versos como desde una nave negra
reparten los héroes la mola en la hecatombe.
Atormentado y erguido, he caminado en los márgenes
del tiempo, del mar, de la historia,
soportando la verdad como unidad de medida.
Un viento cálido y seco soy para el corazón de los hombres
porque no exijo fe ni fabrico profecías.
Nadie es dueño de mis palabras,
a nadie trato de seducir con ellas.
Solo voy como solos vamos todos,
la piel convertida en una armadura desnuda e inflexible,
con la brutal necesidad de seguir escribiendo
con los colores del índigo.



XXV

Hay quienes vagan por su existencia
en un adormilamiento perpetuo,
ocupados en hacer tolerable una vida absurda,
cada uno soportando naufragios
para los que no es consuelo la sabiduría,
ni las gotas de felicidad consumidas
en caricias fugitivas a las que jamás volveremos.
Sin embargo, en los próximos cinco mil millones de años
el sol seguirá saliendo cada mañana.

Todo acaba, pero todo empieza,
y los niños siguen jugando en las calles.



XXVI

En un lugar del corazón reconstruimos
las ruinas de la edad y los esfuerzos vertidos
en combates dispersos y sueños derrotados.
En esa válvula mitral o ventrículo del alma,
o castillo interior, o jardín diminuto,
mantenemos intactas las esperanzas.
Cuando soplan el siroco y la calima,
queda un lugar habitable aún en este territorio:
algo de dignidad en la desgracia,
algo de estoicismo en el sufrimiento,
algo de coraje en la desdicha,
el valor indomable de los hombres libres.




XXVII

El aire transparente de las cosas diminutas
es el que respiramos una y otra vez sin fin.
Nada hay de qué arrepentirse,
no se detienen los instantes para que nos aferremos a ellos.
Una pequeña acción, un gesto solo
que no pretende ser más de lo que es,
y toda nuestra vida habrá cambiado.
Hay quien ve desfigurada su historia
por no subirse a tiempo en un tranvía;
un teléfono que comunica precipita a una mujer
en el abismo de una noche impensable.
A nuestro lado pasa una ambulancia
cuando volvemos contentos de algún pequeño triunfo.
Mientras lees esto cómodamente en tu sillón favorito,
alguien desde el quicio de una ventana
mira obsesivamente al vacío.




XXVIII

Aunque adoptes el discreto tono gris
de la monotonía y lo cotidiano,
y ese aire manso de los desesperados;
aunque te contonees como un animal doméstico
de costumbres pacíficas y rituales;
aunque los años parezcan haber mellado tus dientes
y te hayan dado una apariencia suave
llenándote de libros y cierta sabiduría;
aunque tantas capas de barniz social
y togas de jueces y uniformes de policía
te den un aire ausente y civilizado,
hay un dragón salvaje en el fondo de tu alma,
un saurio violento y despiadado
que brama de noche entre el fuego y lo perdido.
No está dormido cuando tú duermes,
y en el remoto centro de ti mismo
traza abominaciones y crímenes,
sueños insensatos y traiciones crueles.
Ese dragón eres tú,
y espera acechando a que te des cuenta.

Acéptalo y bebe.



XXIX

Anoto en el libro del debe y el haber
los vientos que me son favorables
y que me acompañan en este tránsito
haciéndolo parecer más de lo que es.
Pero ya no intento simplificar el mundo
sino encontrar la forma de andar en él,
de estar al lado de la gente que amo
pero no me necesita.
Todo lo demás son sentencias sin significado
que ya no sirven para describir
las cosas invisibles.
Amontonadas como bloques de piedra,
escritas están en la palma de mi mano,
mientras redoblan las palabras a la deriva
en mi interior
como si esta carne fuera un planeta
que arde por los cuatro costados.



XXX

A veces es preciso retroceder,
replegarte sobre el rastro de tus días
en el bosque sagrado de tus libros
o en el desierto inabarcable de tus sueños.
A veces es preciso volver
a las trincheras de la inteligencia,
a la claridad del territorio en que palpitas,
allá donde el sol brilla eternamente
y la sabiduría es un océano de luz.
A veces es preciso regresar
a una patria cálida y amable.

En la desolada geografía de tu vida,
hay aún una costa por cartografiar
donde yacen hundidos cien buques fantasmas.



XXXI

Si avistas en tu horizonte la unidad de lo existente,
ya no habrán temporales ni sufrimiento
sino naranjas crecidas en la libertad del viento
y exaltaciones del agua respirando
en los ojos inmensos de la humanidad inmensa.
Entonces, y sólo entonces,
estos versos tristes que lees ahora
fermentarán en las barricas de tu alma
como un néctar derramado en copas de espuma.
Nada importa que estas sílabas violentas y sombrías
se traben en un amor encarnizado
con la gramática de la primavera.
La vida se teñirá de amaranto,
convertida por fin en una campana.



XXXII

Es preciso transitar como caminante
que fluye con las cosas, sin aviones, sin barcos,
sin trenes, sin remedio.
Hay que viajar perpetuamente con pies descalzos
por este mundo que será sustituido
por otro distinto al que ya no veremos.
Gobiernos, prostitutas, sacerdotes, traficantes,
banqueros antropófagos y políticos carnívoros,
continuarán enredados en los hilos de su destino,
mientras jóvenes estudiantes con anteojos
se harán preguntas sobre el devenir del Universo.
Y cuando el planeta sea nuevo para otros ojos,
crecerán en el agua nuevas heridas
y renacerá en los hombres un fruto inquebrantable.



XXXIII

Nadie ha amado como tú has amado,
ni ha consumido su corazón en tantos besos encendidos.
Es el amor un asunto que cada uno reinventa
como una radiante mañana delicada
que por el sur levanta una palpitación indeleble.
No vaciles en dejarlo brotar en tu pecho,
ni rechaces su regalo de alegría,
aunque despiertes la ira de los fríos.
Cuando crezca en ti como una marea desbordada,
deja que queme tus arterias y tu saliva,
que conquiste tu boca enmudecida,
que abra tus esfínteres a las feromonas
y llene de fuego tus ojos cerrados.
No termina así el amor, nunca muere:
sólo cambia de palabras y de labios.



XXXIV

Para vivir he nacido,
para escribir estas cosas que te cuento,
para hablar del tiempo deslizándose
árido como la sal o amable como la brisa.
Para amar he nacido,
para arder con los años en este volumen del espacio,
para llover sobre el polvo hasta borrar la ausencia.

De cuanto vivimos, sólo perdura
la república irreductible de los besos
acumulados sobre la arena como un tesoro transparente.
Todo dejará de ser menos los besos,
la claridad de los besos para inundar el vacío,
la persistente ola de los besos en la pleamar de la sombra.



XXXV

Una por una vuelven a ti todas las cosas,
los elementos errabundos que una vez
flotaron a la deriva en tu atmósfera
como naves grises o guitarras vaporosas.
Nada se consume totalmente:
regresan a tu vida del olvido
oscuras escaleras con olor a semen,
y movimientos húmedos, y manos insomnes,
y la suavidad de un seno que cambió tu destino.
Por eso revives una y otra vez aquel aroma,
la negritud de un vello púbico,
una vieja bandera con siete signos
o la palpitación del placer o del nacimiento.
Aquella luna se superpone a esta luna,
aquella piel vuelve con cada piel,
y todos los números son ahora
la combinación que abre el candado de tu alma.




XXXVI

Las redes de lo cotidiano
van atrapando fuegos, planes, adioses,
amores vacilantes, páginas, estertores.
En la cúpula de la noche
sostiene la luna el cielo impenetrable,
y es entonces cuando nos convertimos
en una criatura perdida en los malecones
que huye en las alas de un pájaro gigante.



XXXVII

Es amable la noche y cuanto de ella procede,
pues de noche todas las transformaciones son posibles:
todas las señales giran erráticas
en la tenacidad espesa de un movimiento puro,
con las matemáticas del agua que te lleva
custodiándote sin tregua como a un soldado dormido.



XXXVIII

Deambulando por las calles, te llenas
del olor intenso de los transeúntes,
de esta gente que imprime en tu alma
sus signos terribles.



XXXIX

Te estremecen sencillas canciones sin instrumentos
de mujeres y hombres de países extraños y fecundos,
o el sonido de las campanas del templo de Eijiji.

Transparente suena la melodía,
la música de la respiración
que un día cesará.



XL

La gente que amas crece en ti como una planta
junto a la que se desliza el río de tu vida.

Riega la planta con esa agua,
riégala antes de que desemboque en la nada.



XLI

Un rostro sereno que sonríe
en la inmensidad de la ciudad y sus calles.
Una forma de andar relajada y resplandeciente,
como un temblor ligero sobre las aceras mojadas.
Demorarse con placer en conversaciones sencillas,
habitando dichoso un rincón del cielo.
Vivir con plenitud el hogar, la tierra, las estrellas,
el azul del mar y libros que me son substanciales
con párrafos subrayados y notas en el margen.

Todas estas cosas me hacen feliz.



XLII

Julio Verne, Arturo Uslar Pietri,
Julio Cortázar, Isaac Asimov,
Ursula K. Le Gin, Ray Bradbury.
He recorrido el universo en sus novelas,
en sus historias, en el bordado de sus maravillas.
He sido hombre, y mujer, y extraterrestre,
y dios, y otras criaturas indescriptibles.
He participado en las primeras aventuras
y en otras que nunca fueron
pero pudieron haber sido, o lo serán,
y he asistido en directo
al desmoronamiento del Imperio Galáctico,
siendo a la vez gigante y diminuto,
valiente, humano, terreno.



XLIII

El pasado es una avalancha
que se nos viene encima, arrinconándonos.
Al otro lado de la pared,
las inmensas praderas del futuro,
donde esperan a ser todas las cosas.

Esto es el presente: una puerta.



XLIV

En la penumbra, un hombre sentado
con las piernas cruzadas, sereno.
Una montaña inmóvil:
los pliegues de la ropa caen armoniosos
como reflejo de su deleite,
mientras pasan las cosas como nubes
y las paladea sin aferrarse a ellas,
jugando con las corrientes marinas,
existiendo fluidamente,
nadando en el acaecer de la vida.

Aceptación:
cuando piensa, no se angustia.
Determinación:
cuando actúa, ni un titubeo.



XLV

Sin esperarlo,
alguien desconocido me sonríe en la calle.
Un regalo espléndido intercambiamos:
una sonrisa, una llama
que ilumina mi corazón
por unas horas.



XLVI

Sentado en la arena de la playa,
veo fluir el mundo y sus criaturas.
Pienso en Siddharta Gautama,
que descubrió la claridad de la conciencia
dos mil quinientos años atrás,
sentado como yo estoy ahora,
frente al mar,
el corazón latiendo en el crepúsculo.



XLVII

La tibia, desnuda, voluntad de vivir,
escribe el libro más hermoso;
la simple, desnuda, alegría de vivir,
de respirar como la llama,
de consumirnos
mientras propagamos lo que somos.



XLVIII

Los amigos queridos son como la lluvia
empapándonos en palabras,
en miradas, en gestos,
en sutiles germinaciones
que florecen
como una planta misteriosa.



IL

Somos ciudadanos del futuro,
esa patria de aire y transparencia
en la que ardemos.



L

Esta tierra nos pertenece.
Este mar nos pertenece.
Esta historia nos pertenece.
Y nosotros pertenecemos
a esta tierra, a este mar, a esta historia.

Somos
lo que amamos.



LI

Amigo olvidado, viejo combatiente:
quizá nunca veas
el esplendor de la insurgencia,
pero tú desencadenaste esta travesía
para cruzar el mar del tiempo.
Vive ahora
y no te rindas.



LII

Nadie viaja en la sombra contigo,
en la noche que teje tu destino,
en la luna que no es sino tu sueño,
en la circulación de las luminarias en el cielo.

Nadie bebe tu vino ni canta tu canto,
ni late con tu corazón, ni regresa a tu alma,
ni combate a tu lado con las tinieblas.

Es tuyo el sendero trazado en lo oscuro:
dispón tu corazón para el camino.



LIII

La vía que recorres
aún no ha sido trazada.
Nadie puede darte cuenta
de las señas y las señales,
porque no hay camino a dónde vas.
Si alguien las supiera
llegaría
directamente
a tu corazón.




LIV

Con ánimo de viajero recorro
el campo de batalla olvidado,
las esquinas y las calles solidarias
por las que nos perseguían
los eternamente crepusculares y grises,
y en las que caían los amigos
mortalmente jóvenes y heridos.

En esta guagua que me lleva,
reflejando una imagen sombría
en sus cristales sucios,
veo pasar las estaciones sin detenerse nunca.
Todo cambia:
sólo permanece el adiós,
el viaje,
el camino.



LV

Vive un latido imperecedero en la neblina,
en el frío que avanza desde los pinos de la cumbre
para detener tu agonía durante cien eones.
No puedes cargar con los monstruos del insomnio
en el bolsillo durante tanto tiempo:
desecha, pues, todo lo que te moleste,
el olor a cerveza, limpiar el fregadero,
bajar la bolsa de la basura,
los restos de amor
derramados
sobre tu camisa.




LVI

Te has convertido en una piedra ciclópea
que dice adiós a las muchachas amadas,
transeúnte de otras jornadas por las calles duras,
de otros días persistentes como las olas de un océano
donde el destino navega de regreso
hacia un puerto en que ya eres extranjero,
en el que has sido borrado a paletadas
de gouache, de tiempo, de aguarrás,
mientras pides desesperadamente una cerveza
o un barril de ternura.



LVII

Has desertado del dolor y de la memoria
para perderte en geométricos laberintos de arena
en la búsqueda atávica del eterno sur
donde soplan en el viento las pasiones malditas
y las palpitaciones arrancadas con cuchillos de obsidiana.

Tienes los días contados.



LVIII

Sobreviviente del anterior precipicio,
miras hacia atrás y parece que fue ayer el mundo,
ahora que se abalanza sobre ti
la apisonadora del tiempo
para reducirte a partículas elementales,
a una sutil fosforescencia plana,
a un trazo hilvanado en la nada.

¡Oh terribles demiurgos sentados
sobre los párpados de los niños!
¡Oh la sombra dorada de las muchachas
que se sentaron en nuestras rodillas!
¡Ay nuestro destino de ángeles
atrapados en cepos para lobos!

Creélo:
sólo existimos como mutantes deformes
chamuscados por fuego de artillería.



LIX

Los profetas de la trivialidad
nos aturden con trampas diminutas
para convertirnos en pasto de los arqueólogos.

Contempla con ironía su perfil amanerado,
obsérvalos temerosos ante el tsunami de locura
que acompaña a los viajeros del abismo,
a quienes caminamos por el filo del horizonte.



LX

Canto para poder vivir ahora,
para impregnarme del olor de otros cuerpos,
de la tempestad encendida de otras bocas.

Canto para que tintineen las palabras,
para llenarme de la espuma del universo,
para ungirme de bálsamo y de tristeza.

Canto para detonar la sangre y la saliva,
las sonrisas, la rabia, todo aquello
que me convierte en una bestia espléndida.

Canto para no olvidar las piedras de Cartago,
por donde deambulan los dioses ciegos y lascivos.
Canto; simplemente canto y respiro.

Porque he nacido por última vez.


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