sábado, 20 de noviembre de 2010

NOTICIAS DEL FRENTE


"Doy gracias a los dioses por haberme dado una vida difícil"

(INDIRA GANDHI)















RESISTENCIA


Hay una guerra avanzando hacia nosotros.
Nuestras mentes están siendo ocupadas
mientras nos hundimos en televisión y desaliento.
Una tras otra caen nuestras fortalezas,
pero ninguna sombra se levanta de la tierra quemada.

Empecinadamente trazo anotaciones,
versos arrancados como cosas robadas
al dolor, a la tortura, a la época.

Alguien tiene que dar cuenta de estos días.
Alguien tiene que hablar de las mujeres y de los hombres invisibles
y de la canción de muerte que habita en sus ojos asustados.

Por eso escribo sobre la gente hambrienta.
Sobre filas de endriagos extraños al dolor humano.
Sobre el arsenal del odio y los agujeros de bala.

Por eso no puedo descansar de la palabra.
Por eso no hay lugar en el que pueda sentirme en casa.

Nuestras mentes están siendo ocupadas.
Hay una guerra avanzando hacia nosotros.




EL EXTRAÑO

¿Qué firme decisión le mueve
o que inescrutable duda
le absorbe?

Porque ese extraño
que se ha subido en tu coche
va hacia algo.
Oculta algo.




EL HIJO QUE ME VA A NACER

El hijo que me va a nacer
se está muriendo de hambre en Somalia,
es palestino en Gaza o Cisjordania,
es un senderista torturado en Lima,
está cayendo alcanzado por la metralla en Sarajevo,
esconde su piel en los suburbios de Soweto,
se lo comen las ratas en Tailandia,
lo matan en las calles de Brasilia,
nunca aprenderá a leer en Guatemala
y lo devora la fiebre en una barraca de Turquía.

Lo persiguen ferozmente en todas partes,
pero en todas partes vive:
a vivir viene a este planeta,
a resistir como cada uno,
y se alimenta bien y está bien cuidado
cerrando el puño en el vientre de su madre.




MALECÓN

La ciudad
se extiende sobre el mar,
sobre cobalto y espuma,
anclada en muelles vítreos
que dormitan enormes y tristes.

La bahía,
una herida negra de labios abiertos,
recibe el ardor de los marineros,
o su silencio alcoholizado,
o vómitos de tormenta.

Vestidos de humedad,
los estibadores arranchan las mercaderías
en metálicas cajas del color del vino,
y las prostitutas,
traídas de los cinco continentes,
preparan las pinturas para su particular batalla.

Un pescador
enfrascado en un juego de muerte
con el habitante sumergido,
reviste su sombra de farolas y calima.

Este es el territorio:
la bahía, la humedad, las putas,
un pálpito en lo oscuro.




PASEANTE NOCTURNO

A estas horas
la ciudad está llena de todo,
menos de paseantes.
Cae la canícula en cortinas espesas
y brilla un taxi bajo las luces amarillas.

Dentro de esas moles acristaladas
pequeños seres telefonean, orinan, mueren,
tal vez fornican, se preguntan
qué ropa se pondrán mañana.

El asesino empuña ya su cuchillo
dispuesto a interrumpir la pesadilla de alguien,
y yo no sé cómo decirlo,
cómo gritar
para que la ciudad despierte.




PLAYA

Por el norte la ciudad cae
hasta donde los bañistas
suben y bajan con las mareas.
Las sirenas de diecisiete años
se cocinan en el estío arrogante
hasta que el sol se sacia de sus pechos.

Las toallas están debidamente enarenadas,
y el hombrecito del acné
marca su territorio con ruido y discoteca,
mientras niños desnudos
y ancianas pálidas
enredan sus pies en algas marrones.

En esto hemos terminado
quienes tomábamos la playa
para la libertad y la inspiración:
miramos con lentes ahumadas ese mismo lugar
donde yacen ahora nuestros protectores solares.




PROMETEO

Cuántas veces has circulado por mis venas, amarga y espesa,
cuántas veces ha centelleado mi corazón en el instante púrpura,
cuántas veces, amor, has sido almizcle solitario
o la fragancia del mundo.

Arrebatada y triste, como una enredadera solitaria
has acompañado en la noche a este niño solo perdido en lamentos,
hemos caminado juntos por túneles desconocidos
llenos de ojos nocturnos,
nos hemos sumergido en tinieblas húmedas
y quemaduras de ámbar.

Mi alma se funde con la tuya de forma compacta y sagrada,
como las vetas del ébano de Makasar,
se desboca en tu boca y en tu risa resbala,
se vuelve fuego y luz y alegría,
crece más allá de los ladrillos del planeta
y de la eclíptica,
se vierte en ciertas cosas oscuras y salvajes.

Y tú que te abrazas a mi corazón
como a una roca vieja y calcinada.




AEROPUERTO

Una enorme explanada de hormigón y asfalto
se extiende por el sur de la ciudad
para poder soportar la pisada de los dioses
que bajan del cielo en naves maravillosas.

Llegan de Berlín, de Estocolmo, de Barcelona,
de la niebla que bordea las orillas del Támesis,
o de un extraño país llamado Cipango.

No sabemos lo que vienen buscando;
ni siquiera nos entienden
—tampoco nosotros alcanzamos a entenderlos—,
y luego regresan con historias exóticas
de personajes y cosas que nunca fueron
en las Islas.




IGUIDA IGUAN IDAFE

Son sagradas para nosotros las montañas,
y tras las montañas sólo hay el Gran Vacío.
Sobre estas tierras, a través del océano,
volando en la voz del siroco y la calima,
nos pusieron los dioses rapaces y luego nos olvidaron.

Ahora vivimos con el énfasis de la gasolina,
detrás de muros fríos en ciudades de espanto;
como si tal cosa nos unimos al bramido de la gente,
caminando sin memoria sobre aceras rotas,
entre corifeos imbéciles que adoptan
la mirada distante de los escribas persas.

Y aguantamos estoicamente al rebaño semanal
que nos llena las laderas de latas y basura de los hangares,
los adocenados comedores de mierda,
los rostros pálidos
que necesitan de máquinas para sentirse fuertes.

Un gesto esperamos, una señal,
una mirada que nos ate a tu destino,
nosotros, que en el alma llevamos
los mil rojos de los montes de Ahaggar.




LAS SIETE DE LA TARDE

Soy solo un hombre pendiente de una puerta.
De la marcha del reloj.
Del minuto que falta.
En medio del murmullo desocupado
de las siete de la tarde
y ese tono especial que invade
el bar de Magisterio,
soy solo un hombre pendiente de una puerta.

Como un idiota tengo miedo a que esta vez no venga.
Pero de un momento a otro,
quizás antes de terminar de escribir,
va a llegar,
va a aparecer por esa puerta,
va a besarme
y abrazarme
y llenarme los oscuros recodos del corazón hasta estallar.

A mis años,
ya se ve,
soy solo un hombre pendiente de una puerta.




ARQUITECTURA

Estas casas no están hechas para el hombre,
sino para ciertas ecuaciones arcanas
que tipos extraños trazan junto a planos extraños.
Ya no hay espacio, ni sombras, ni roca,
ni amplias alamedas, ni parques, ni árboles.

Detrás de tu puerta empieza lo desconocido.
Pegados a tu pared habitan los alienígenas.




BÁRBARO

Como recién llegado por la Vía Apia
mira constantemente hacia arriba,
al cielo acerado de este mundo de piedra y de cristal.
Se disuelve a su alrededor
el aire prendido en otros sitios oscuros,
mientras contempla espantado nuestros ojos vacíos.

Ya nunca podrá desenredarse
del laberinto en que está atrapado:
aceras rectas que se curvan
hacia el bramido de la calle,
muros que dan a otros muros,
desolación, compromisos, obligaciones.

Era el último guerrero,
y está perdido.




SIAMO I BARBARI

Somos los bárbaros caídos sobre las ciudades,
los extraños criados en la montaña, en laderas y barrancos.

Nos hemos acostumbrado a estas gentes de hábitos extraños.
Vestimos como ellos, paseamos entre ellos,
nos confundimos con ellos.

Sólo de vez en cuando,
hacia el crepúsculo,
una mirada torva,
una idea salvaje.




VERANO

En ciertos parques,
al atardecer,
hay gentes que se sientan en terrazas
a tomar té frío,
mientras a su alrededor
sigue la ciudad consumiéndose en humo.

Parejas que inician
las conversaciones que darán lugar al armisticio.
Viejos matrimonios
aburridos de ver la televisión.
Jóvenes poetas que necesitan
alistarse en batallones de versos
para entenderse de alguna manera.

Y niños
que juegan indiferentes a las crisis,
porque en sus ojos
se está estrenando el mundo.




ORACIÓN

(A Abdalá Ochalan, en señal de solidaridad).

Haznos arder de furia y de vergüenza.

Déjanos ver el rostro de los que te han entregado a los verdugos,
la espesa complicidad con que permitimos el genocidio.
Derriba los muros de nuestras mentes intoxicadas.
Desgárranos los párpados cerrados
ante los niños con las tripas esparcidas,
ante los caseríos bombardeados.
Y haznos arder en pura llama roja.

Porque los asesinos te encarcelan,
y no quiero acostumbrarme a sus babosas,
asquerosas, podridas mentiras,
haznos arder.

Con las mismas armas que envían mis gobernantes
a reventar a tus muchachos,
haznos arder.
Porque los criminales nos compran y nos venden,
nos vigilan y nos adulan, nos drogan y nos ciegan,
haznos arder.

Con tu gente gaseada en las montañas,
o encendida en el exilio,
o prendida en holocausto para iluminar al Dólar,
haznos arder.

Haznos arder de furia y de vergüenza.

Amén.




TRISTEZA DE LOS VAMPIROS

Ya no subimos las escalas del pánico
hasta los cerebros.
Como espectros olvidados
nos confundimos con el polvo de otros dioses:
una multitud de ojos líquidos
deambula por las calles ahora,
chacales iluminados por farolas de sodio,
esperando al acecho para clavar
una estaca de indiferencia
en nuestros corazones.

Poco antes del amanecer,
derrotados y ateridos,
nos batimos en retirada,
mientras albañiles con fiambreras
salen al asalto de los andamios,
y los últimos marineros borrachos
regresan a su barco.




BLACK OUT

Tiene sus propias pesadillas
en las que los números de la cartilla del paro
le dicen que ya no es humano.

Hace gárgaras de sangre.
Llora en silencio
sobre un jergón húmedo.
Ninguna guagua le llevará al paraíso.




CIUDAD BOMBARDEADA

Cualquier cosa es provisional.
Los amores duran
apenas una noche.
No hay que esperar
a que te alcance la metralla.
A campo abierto, pálidos,
salimos furtivamente,
sin detenernos siquiera
a mirar atrás.

Recogemos lo imprescindible:
unos pocos libros, una libreta,
bolígrafo, munición, tabaco.

De ciudad en ciudad retrocedemos.
La próxima parada
se llama Derrota.




EN LA RED

Invisibles. Trabajamos,
fornicamos,
consumimos
todas las drogas sociales.

Invisibles. Nos diluimos:
la masa,
atrapados como peces
a este lado del tiempo.




MI CASA ES MI CASTILLO

Mi casa es un castillo
de viejas piedras por las que penetra el frío.
Por los corredores en sombra se multiplican
pálidos fantasmas con mi rostro
arrastrando todas las cadenas
que me son familiares.
Monstruos deformes en las mazmorras,
en el foso lleno de basura y agua turbia,
en las almenas donde gritan
que soy uno de ellos.

Mi casa es un castillo,
mi casa es el foso,
las almenas,
la soledad,
los cocodrilos.




HE VISTO LA LUZ

La lluvia que cae en esferas moleculares
o se interroga horizontal sobre mi escritura,
o regresa vaporosa sobre los adoquines;
la lluvia que acaricia indiferente a los borrachos
o se transporta en paraguas,
o acaso se filtra en goteras desde el techo;
esa misma lluvia
guarda ahora el secreto de mi alma empapada:
he visto la luz.

Créanme. He visto la luz
escondiéndose entre libros, entre botellas,
en los labios de la madrugada.
Débil, diminuta, quebrantada.
Resistiendo bajo la llovizna
el embate del neón y los semáforos.

Por eso ya no me conforma el amor,
ni me consuela el olvido.
He visto la luz.




CONSIDERACIÓN DEL VIENTO

El viento tiene tu piel.
Recorre las calles en palpitaciones grises.
Escala las montañas,
desciende a las ciudades,
pelea con los muros
se retuerce en las alcantarillas.
Trae tu perfume
en el ardor de las noches de insomnio.

Te siento:
el viento tiene tu piel.




CONJURO DEL FUEGO

"Mi alma arde en pura llama roja"
ALONSO QUESADA.

Ven, fuego, ven.

Consume nuestras arterias y tendones.
pero ven, fuego,
ven.

Haznos arder en la delicia,
en el éxtasis genital,
en la locura,
pero ven, fuego,
ven.

Conviértenos en brasas,
disuélvenos en ascuas,
pero ven, fuego,
ven.

Por esta rabia acumulada
en el epigastrio,
ven.

Por el niño que muere de hambre
cada tres segundos,
llega a nosotros cuarenta mil veces al día.

Brota de los barrancos, del aire,
del mar, de la arena,
para quemar nuestro acomodo,
para quemarnos.

Que prenda nuestra alma,
que nos condenemos,
que ardamos,
que nos inflamemos,
que nos calcinemos,
que nos carbonicemos,
que nos achicharremos,
que nos abrasemos,
que hirvamos,
que se conviertan en humo nuestras esperanzas,
pero ven, fuego,
ven.

Ven, fuego, ven.




ESTACIÓN DE TRÁNSITO

Todas las cosas están escritas en agua.
El libro de la sabiduría
es un círculo en la arena.
Los acontecimientos de los dioses
son trazos en el viento.

Tu propia vida se registra
en sábanas arrugadas
en las que, al caer lo oscuro,
se anotan los pequeños sufrimientos,
el malestar de los huesos,
el dolor en la rodilla.
Dinero, preocupaciones, contratiempos:
acostados contigo
marcando el territorio del miedo.

Entonces coges el libro de la mesa de noche.
Se abre otro universo.
Todos los problemas han quedado lejos.




IDENTIDAD EN EL AIRE

"Un día
habrá otra cosa que el día"
BORIS VIAN.

Venimos de lejos. De muy lejos.

De las laderas volcánicas.
De la pobreza desértica.
De la derrota. De allí
dónde el océano comienza.

Empapados en sangre
aquí existimos.
Aquí pervivimos.
Sobrevivimos a veces.

No pisamos los salones
salvo como criados.
No deliberamos ni decidimos
sobre la muerte y la vida.

Nada nos ha sido regalado.
Cada gramo de pan,
cada grano de arroz,
nos lo ganamos a pulso.

Para poder comer
trabajamos a disgusto para otros.
Limpiamos sus retretes.
Nos humillamos.

El desespero nos asalta
a ráfagas. Nos inclinamos
ante el huracán del olvido.
Persistimos.

Pacientemente esperamos.
Nos sostiene
la feroz creencia
en un tiempo que viene.

Aún no hemos detonado
la última palabra.
Estamos en marcha.
Y venimos de lejos. De muy lejos.




EN MIS ORACIONES

No sabes quién soy.
En la misma calle en que vives,
en la misma ciudad
—acaso en el mismo planeta—
escribo tu vida en un cuaderno.

Mientras duermes
o te desvelas al paso
del camión de la basura,
ardo con tus asuntos
en el altar del insomnio.

No tengo soluciones que darte,
ni amigos influyentes,
ni dinero, ni regalos.
Y sin embargo
hablo del brillo de tus ojos.

Aunque no sé quién eres,
y aunque no sabes quién soy.




FURTIVOS

La conversación al fondo
llena de impaciencia los sentidos.
De pronto,
una palabra ronca,
un aroma,
una mirada,
desatan el delirio de labios,
de dientes,
de latidos,
de saliva.

Con premura y palpitaciones,
los "no debería hacerlo"
y los "esto es un desatino"
caen al suelo
arrancados con la ropa.

Y ya sólo
corazones desbocados,
pieles ardiendo,
manos,
sudor,
dedos,
orificios,
delicia,
genitales,
locura.

Después
la respiración,
la ternura,
la felicidad.

Y el miedo.




METRALLA SOLAR

Llevo años con este verso pendiente:
"el sol ametralla los adoquines",
pero nunca le encontré
ubicación ni acomodo.

Cuando los soldados israelíes
acribillan mujeres en Palestina
y los ocupantes gringos
ametrallan niños en Irak,
no está bien usar
esa metáfora en vano.

No es decente, digamos.

Y, sin embargo,
a borbotones de luz,
a dentelladas de Kalashnikov
a deuda externa,
a dinamita y miedo,
a mordidas de hambre,
a mierda y sangre,
el sol de los poderosos
amos del mundo
ametralla nuestros pobres adoquines,
los ladrillos de adobe,
las chabolas,
la dignidad última,
el alma,
los sentidos.

Aquí
hasta el sol es un vendido.




MUJER EXTRAÑA

Camina como con descuido
entre la gente acelerada.
Bullen mundos en su cabeza:
por eso su mirada es lejana.

Enseguida te das cuenta
de que no pertenece a este planeta,
a esta galaxia,
a este tiempo.

Viene del futuro,
de un universo paralelo,
de otra historia.
O quizá de tu infancia
o de su infancia.

Por eso es ancha,
cálida,
amable.

La reconoces,
aunque no recuerdes
de cuándo,
de qué país,
de qué existencia,
de qué batalla.

Como una isla
en el bullicio desesperanzado,
te acercas a sus playas.

Te sonríe.

Desembarcas.




PIERDE TODA ESPERANZA

Aunque te escondas en las alcantarillas,
o huyas a las montañas,
o te desbandes por los barrancos.

Aunque cierres tus oídos
con tapones de cera,
o ciegues tus ojos,
o te sumerjas en sinsentidos.

Aunque disfraces tu rostro,
aunque ocultes tus pasos
o borres con ácido
tus huellas dactilares.

Aunque nunca me ames,
y ni siquiera me nombres;
aunque prefieras el olvido
y la inconsciencia,

pierde toda esperanza:
yo siempre te traeré poemas.




NANÁ PROLETÁ

(Para Sara)

Duérmete niña
abrigadita
que hay otras niñas
que pasan frío.

Duérmete niña
abolladita
que otros estómagos
están vacíos.

Duérmete niña
protegidita
que papá tiene
miles de hijos.

Duérmete niña
zalamerita
que para todos hay
muchos besitos.

Duérmete niña
proletarita
que papá te cuida
aunque no es rico.




BABILONIA

Barridas por el viento,
tus calles trazan el mapa del olvido.
No hay anotaciones sobre la torre de Marduk
ni sistemas de ecuaciones.
El fantasma de la bella Amytis
no encuentra sus jardines.
Ni siquiera hay justicia en la flor de los reinos,
porque el divino Shamas
es menos poderoso que los bombarderos.
De la Puerta de Dios solo quedan
la arena y los elementos.

Hermosa Babilonia,
¿qué extraña caducidad
te ha disuelto con las lluvias?




EMBOSCADO

Agazapado en la azotea
te escondes de los helicópteros artillados
que vigilan desde el cielo.

Acuclillado abrazas el Kaláshnikov.
Revisas una vez más la munición.
Agachas la cabeza.
Contienes la respiración.
Fuera acecha el leopardo
que ya te daba caza en las sabanas de África.
El hambre que te devoraba,
que se llevaba a los hijos.
Y los caprichos del señor feudal,
y la sed, y la tos, y el frío,
y la peste bubónica.

Sientes el aliento denso
del monstruo siempre enemigo:
los conquistadores españoles,
las tropas de asalto de las SS,
los marines yanquis,
Mauthausen,
el holocausto nuclear.
Su sombra se extiende más allá,
el poder,
las alas negras,
el miedo.

Amartillas el arma.
Sólo hay una forma de vivir.
Te pones en pie.
Apuntas.
Respiras.
Disparas.




ÁNGEL VENGADOR

Conozco las razones de tu ira:
no caerán en el olvido.
Eres el que construye el templo de otro,
su alcoba, su piscina.

Lo que piensas del mundo es cierto.
Hay arritmias en tu viejo corazón de esclavo,
pero soy quién puede impedir que te destruyan,
el ángel de la venganza,
correoso y ardiente.

La gente a la que amas
cae en interminables filas de derrota
o de inanición, ante las playas
de los que siempre han dominado el mundo.

Por eso, no te traigo papeles,
ni documentos de residencia,
ni pasaportes,
sino noticias de rebelión
y signos de sangre.

Yo soy tu ejército.




PETRÓLEO EN LLAMAS

"Vendrá la muerte y tendrá tus ojos"
CESARE PAVESSE.

En el pleamar de la carne
con frialdad escriben los gusanos
el libro sagrado de los mercaderes
-sus astrólogos salmodian
la máscara de nuestra mansedumbre-.

La muerte nos vende abalorios
desde sus vitrinas. Su magia
ya no es la nuestra.
En su religión de esclavos
nos adoctrinaron los sacerdotes europeos.
Por eso ahora matamos a los perenquenes
y a nosotros mismos nos damos miedo.

(Pequeño perenquén,
amigo de las paredes blancas,
de la casa y de la noche:
también nosotros estamos siendo barridos).


Estamos perdiendo la sustancia,
la plomada mineral, los helechos.
Retrocede el tiempo mordiéndonos los talones.
Retroceden el mar y las anémonas.
Retrocedemos.

La bestia de metal y abacerías,
de chalecos antibalas y visores infrarrojos,
nos destroza con bombas.
Nos doblega con memes viroides
disparados desde pantallas frías.
Nos convierte en derrelictos
fondeados en el infierno de las barriadas.

Los dioses nos han abandonado,
pero no todos nos hemos rendido.
Vivimos peligrosamente
ocultos en círculos de sal
o en cónclaves marinos.
Aún nos queda el resplandor de las ideas,
la empatía graneada del corazón,
la terrible condición humana.

Y así te llamo, hermano;
de esta manera te convoco, hermana:
armado de palabras, de calima y de tristeza.



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